Carlos Carnicero – El 11-M y la quimera de la verdad absoluta


MADRID, 09 (OTR/PRESS)

El conocimiento no tiene límite. Es imposible el absoluto. La obsesión por conocer «toda la verdad» es un imposible categórico que solo puede superar, para los creyentes, Dios. Conocer toda la verdad es una obsesión permanente de quienes padecen la inconformidad con lo sucedido. Les ocurre a los amantes engañados, a las víctimas de cualquier irracionalidad.

Es una tentación de quien no puede admitir lo ocurrido.

Las víctimas, por su propia naturaleza, tienden a la búsqueda de una explicación total de lo sucedido, sustentada en su propio dolor y en las sociedades mediáticas, zarandeados por ese Mantra establecido desde los medios de «tenemos derecho a toda la verdad». Las víctimas merecen comprensión por su voracidad en conocer todo; los medios agitadores son responsables de establecer un estado de ansiedad sin fin que conduce a un pozo sin fondo.

Todavía hay quien está convencido de que Elvis Presley no está muerto. Los fanáticos del Rey del Rock no admiten la posibilidad de esa ausencia. Y buscan respuestas imposibles.

No son pocos los que afirman que el hombre no llegó a la luna y que todas las imágenes se rodaron en un set de televisión. Se sigue sosteniendo la teoría de que el atentado de la Torres Gemelas fue obra o inspirado por el servicio de inteligencia de Israel. Todo esto forma parte del mundo que nos ha tocado vivir y podemos convivir con cierta comodidad con estas tesis insostenibles.
Es cierto que el atentado del 11-M estuvo mal gestionado.

Los servicios de inteligencia del gobierno de José María Aznar no tomaron en consideración las señales de que algo se estaba preparando en España.

José María Aznar actúo de forma incomprensible una vez producido el atentado.

El horror de Atocha no tuvo una respuesta institucional. Lo razonable hubiera sido convocar a las fuerzas políticas en el Congreso de los Diputados y formar una comisión de crisis para recorrer el tramo entre el momento del atentado y la jornada electoral.

Hubo una enorme lealtad y responsabilidad en las organizaciones políticas y en los medios de comunicación desde el primer momento. Hasta que se evidenció que José María Aznar, presidente en funciones, estaba gestionando de forma torticera la investigación del atentado.

José María Aznar estableció como una verdad irrefutable, incluso en Naciones Unidas, la autoría de ETA que resultó ser falsa.

Y lo hizo en solitario, marginando a todas las fuerzas políticas en vísperas de unas elecciones generales. Los ciudadanos le dieron la espalda. Y el PP perdió las elecciones que seguramente hubiera ganado con una actitud institucional.

La persistencia en negar la autoría de terroristas islamistas desencadenó una ofensiva política y mediática para cuestionar la investigación, el juicio y las sentencias. Y en esas seguimos, aunque con un diapasón ralentizado.

¿Quedan muchas cosas por conocer del 11-M? Naturalmente. Como no puede ser de otra manera al tratarse de un atentado terrorista inexplicable a la razón, inesperado y con el suicidio en Leganés de casi todos los implicados.

¿Es legítimo seguir manteniendo la duda de que las sentencias determinaron los aspectos sustantivos de este atentado?

No se trata de investigaciones paralelas en busca de la verdad sino la persistencia irresponsable en sostener una tesis desbancada por los hechos con una motivación política o tan miserable como pretender vender más periódicos.

Los que todavía sostienen la teoría de la conspiración acuñan, conscientemente o no, la insoportable pretensión de un complot de investigadores, policías y guardias civiles, fiscales, jueces y magistrados para ocultar la verdad.

Si esa hipótesis fuera posible, estaríamos en el epicentro de un estado insoportable. Para mi, es imposible.

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