Carlos Carnicero – Las batallas de Cataluña


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Cada una de las batallas que emprende el presidente de La Generalitat y sus aliados en el camino a la secesión está calculada sobre una estrategia general. Puede que al principio, cuando se le ocurrió la exigencia del «derecho a decidir», los pasos no estaban tan racionalizados.

Le facilitaron el camino los gobiernos tripartitos y la evolución de la posición del PSC, entrado a competir en el entonces no tan amplio espectro del nacionalismo catalán.

En el origen está la ocurrencia, como tantas otras, de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando todavía no siendo presidente de Gobierno, prometió aceptar el estatuto que enviara al Congreso el Parlament de Catalunya. Y lo que llegó no había forma de encajarlo en la Constitución.

El presidente Zapatero encargó a Alfonso Guerra, presidente de la comisión constitucional, cepillar aquel texto para que pudiera ser digerido por el conjunto de los españoles. Luego se aceleraron los despropósitos. El PP recurrió al Tribunal Constitucional.

Manifestaciones multitudinarias, encabezadas por el president Montilla, en contra de la capacidad del Constitucional de decidir sobre algo que había sido aprobado en referéndum.

Y algo inédito, propio de una situación de guerra o conflicto: los diarios de Cataluña publicaron un editorial conjunto criticando al Tribunal Constitucional.

Primera paradoja: la escasísima participación en la consulta evidenció una indiferencia hacia un estatuto que no había exigido nadie y fue una inspiración del expresident Maragall.

Lo que era indiferencia, una vez que el Constitucional modificó la norma, se convirtió en una reclamación entusiasmada de rebeldía. Se consolidó la idea de la agresión española a los derechos catalanes.

La recuperación del poder por CiU inició el progresivo descalabro del PSC. El partido de los socialistas catalanes se quedó en tierra de nadie. Su estrategia de los gobiernos tripartitos le condujo paulatinamente a la irrelevancia en donde hoy se encuentra, sumido en un espectáculo de divisiones, indisciplinas y carencia de liderazgo.

El presidente Mas, con un nuevo estatuto entre las manos, dio un paso para fabricarse un proyecto a la medida de un nacionalismo catalán que había agotado la aspiración estatutaria dentro de España. Sucedió, además, que la carrera de otras comunidades, empezando por la socialista Andalucía, para equipar sus estatutos al nuevo catalán acabó con la diferencia que tanto ansían los nacionalistas catalanes.

El president Mas cometió un error para los intereses específicos de CiU, que sin embargo fue un acierto para la deriva soberanista.

Segunda paradoja. Las elecciones anticipadas condujeron a CiU a la dependencia de ERC y a facilitar el sorpasso que está a punto de dar sobre los partidos representantes de la burguesía catalana. Y se abrió el camino hacia la consulta independentista.

Pero la primera gran victoria del independentismo catalán ha sido emocional.

Una mayoría de ciudadanos catalanes que no eran independentistas están enamorados de la idea de la secesión porque han cuajado dos ideas: Cataluña estaría mucho mejor fuera de España y el derecho a la independencia se asienta no solo en la voluntad de un pueblo sino en su historia.

Enfrente de esa alternativa solo hay un PSC depauperado y un PP que se sigue observando como un ente extraño a Cataluña. La siguiente ventaja del nacionalismo catalán, su siguiente victoria, ha sido la respuesta del Gobierno de Mariano Rajoy.

Las primeras iniciativas fueron echar gasolina al fuego, sobre todo de la mano de José Ignacio Wert, experto en atizar braseros. Y después, el silencio. El dejar que las cosas ocurran.

Cualquier especialista en marketing y publicidad hubiera recomendado a Rajoy dos cosas. No hablar del independentismo y mucho menos criticarlo. Y centrar la estrategia en demostrar las ventajas de una Cataluña fuerte en una España unida; exaltar los valores de la Constitución.

Nada de esto se ha hecho, al menos no con eficacia. La única batalla que no ha ganado el nacionalismo catalán es la exterior.

La Unión Europea ha dicho claramente que una Cataluña independiente saldría automáticamente de la Unión Europea.

Y todo el mundo sabe, incluido Artur Mas, el frío que hace fuera de las instituciones. La respuesta a la estrategia exterior para extender el problema está siendo un sonoro fracaso.

Hay quien piensa que el president Mas daría cualquier cosa por poder echar marcha atrás.

Pero el entusiasmo que ha regado ha germinado en unos jardines llenos de flores que se encarga de administrar el socio ERC. Y estos si que van en serio.

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