La noche que nos iguala.


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

No nos vamos a engañar. Estas Navidades son unas Navidades empañadas por el agobio colectivo, por la desesperanza que lacera a miles y miles de familias, por la angustia que anida en miles de personas que no saben qué hacer con su tiempo porque no tienen trabajo, que les cuesta dormir porque hoy tienen casa pero por poco tiempo porque no saben si los próximos meses podrán hacer frente al pago del alquiler Son unas Navidades que, como ha ocurrido siempre, con crisis o sin ella, muchos ancianos las pasarán en soledad o en un asilo con el regalo de la sonrisa de la monjita de turno y otros muchos, ancianos o no, no lograrán encontrar postura en la cama de cualquier hospital.

Naturalmente habrá quienes celebren la noche del 24 rodeados de opulencia y otros muchos, muchísimos con una discreta cena en la que, a pesar de los pesares, habrá algo especial gracias al trabajo silencioso y sacrificado de la madre o de la abuela de turno; de esas mujeres que saben acallar su angustia bajo el delantal y harán milagros «con cuatro cosas».

De todos modos y sean cuales sean las circunstancias, la noche del 24 que ,quizás, hoy mismo comenzamos a preparar, es la noche en la que, se crea en lo que sea crea o se crea en nada, es una noche que nos iguala, al menos en un punto: es una noche en la que los afectos, muchos de ellos abandonados durante el resto del año, se reclaman. Algo tiene esa noche para que, quien mas quien menos, huya, si puede, de cenar solo en su casa con una hamburguesa en plato de papel. Algo tiene la noche del 24 que sentimos de manera especial las ausencias de quienes nos propiciaron noches felices y luminosas y que en cierto modo pueden verse paliadas por ese bebé que gatea por donde puede.

Algo extraordinario e intangible hace que nos guste vernos rodeados de los nuestros, de los de siempre, de manera que el abrazo de un hermano , el beso de un hijo, o la llamada de ese amigo que es tan amigo que basta el silencio, adquiera una dimensión una pizca especial, de manera que esa noche, a todos nos resulte el abrazo más abrazo, más beso el beso y más elocuente el silencio trenzado por años de amistad.

No se me escapa pensar que no faltarán quienes consideren todo esto una cursilada, un alarde de blandenguería pero si tengo la certeza de que muchos hijos harán kilómetros para estar esas horas con sus padres, y que esos padres estiraran la casa para que quepan todos, que más de una lágrima aparecerá en muchos rostros recordando la caricia que fue y que ese bebé gateando que el año pasado no estaba, acaparara nuestra atención, nos invitará a una sonrisa y a la inescrutable verdad de que la vida se encarga de nutrirse a sí misma.

La noche del 24, la Nochebuena, ha tenido siempre y seguirá teniendo algo de extraordinario que nos hace iguales porque a todos nos encanta, esa noche, recibir y dar un abrazo. El mío vaya por adelantado.

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