Andrés Aberasturi – El dilema del medio plazo


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

El problema es que el común de los mortales no tenemos demasiada idea de qué es lo bueno y qué lo malo, de si la receta para salir de la crisis es el ajuste duro que aplica Europa o justo todo lo contrario que es lo que hace EEUU. Naturalmente que los sistemas económicos y, sobre todo, los modelos sociales del viejo continente nada tienen que ver con los que rigen en los USA, pero la duda sigue y muchos a estas alturas se empiezan a cuestionar ente esta nueva recesión que se avecina si realmente debe ser el déficit el único enemigo a batir y a costa de lo que sea.

Personalmente me da miedo la reforma laboral emprendida por el Gobierno de Rajoy y quiero pensar que en el trámite parlamentario podrá ajustarse más sin dejar por ello de ser dura y tristemente necesaria. Porque una cosa es que asuste y otra bien distinta que, porque asuste, no se haga. A favor de la reforma del PP juega el fracaso de las políticas de Zapatero de la misma forma que a favor de la muy dura verdad anunciada sobre el primer efecto de la reforma -la perdida de puestos de trabajo- juegan los absurdos brotes verdes con los que se empeñaban en engañarnos un día sí y otro también los gabinetes del anterior gobierno: ni había brotes, ni eran verdes. Y al final, cuando el túnel era mas negro y mas largo y no se veía luz por ninguna parte, tuvo que recurrir a una reforma que no sólo resultó escandalosamente larga en su elaboración y luego del todo pacata, sino que, es lo peor, no solucionaba nada.

Pero es el pasado y a quien toca ahora vigilar es al Gobierno de Rajoy. Y la pregunta que nos hacemos muchos es obvia: ¿se ha pasado de la raya en la dureza del ajuste? Yo no tengo la respuesta, lo cual no sería en absoluto importante si no fuera porque nadie la tiene: oyes a expertos economistas, buenas gentes llenas de buenas intenciones, y uno defienden la bondad y necesidad de las medidas con argumentos que parecen tan convincentes como los que las descalifican con coherencia y sin apasionamiento y aseguran que no van a servir sino para empeorar el panorama. No lo sé. En lo único que todos estamos de acuerdo -todos no, que siempre hay excepciones a las que ni merece la pena poner nombre- es que algo había que hacer y que lo que había que hacer debería ser digamos radical, duro y doloroso. Vale, pero ¿tanto? Zapatero se la jugó al buenismo, a esperar que escampara y a -permítaseme la expresión- «comprar» la paz social. No funcionó. Rajoy apuesta también con riesgo y sabe que va a tener lío en la calle un día sí y otro también. Si para mediados del 2013 no han aparecido -y esta vez de verdad- los brotes verdes, el inmenso poder del que ahora disfruta se puede evaporar en poco tiempo. Un pueblo está dispuesto a sacrificarse mucho siempre que vea resultados a medio plazo, y ahí está el «quid» de la cuestión. Porque todos sabemos lo que es el corto plazo, eso que se produce de una forma casi inmediata, lo mismo que sabemos lo que es el largo plazo, eso que los mayores ni llegaremos a ver. ¿Pero quien mide el medio plazo y cuánto dura? ¿Cuándo será el momento de pedir cuentas por el sacrificio? No lo sé, pero imagino que debe ser algo muy parecido a lo que me han contado ocurre con los almonteños y la Blanca Paloma: no hay hora prevista, todos esperan, surgen intentos que no cuajan hasta que, de pronto, sin saber por qué se salta la verja. Pues eso; que la cuentas del Gobierno de Rajoy estén presentables en el momento inconcreto en que la sociedad diga «hasta aquí hemos llegado».

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