Fernando Jáuregui – El año que fue prólogo de los grandes cambios.


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

La nueva era, toc, toc, llama a nuestra puerta. Este de 2012 no va a ser, ciertamente, un año cualquiera. Muchos conceptos que nos regían se han quedado anticuados y el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy, pese a sus 56 años de media de edad, tendrá que afrontar situaciones por completo nuevas. No pienso que los recortes y las entiendo que aún tímidas reformas que se plantean basten para enfrentar lo que, aparentemente, nos viene. Entramos en los últimos días de ese 2011 que ha sido, en verdad, un «annus horribilis» por tantos conceptos. Mal año, diríamos, especialmente para los que no gustan del cambio. Porque, más que de «horribilis», hablaríamos de año en el que se iniciaron grandes cambios, desde en la vieja Europa hasta en el color de la política española, pasando por la Monarquía de nuestro país, según pudimos constatar analizando el trasfondo del mensaje de Su Majestad el Rey en la Nochebuena. Mudanzas que, en buena parte, se delimitarán y puede que incluso se concreten, en el 2012 que se nos echa encima, precursor de terremotos que tanto van a mudar la faz de tantas cosas.

Ojalá que el mensaje de Don Juan Carlos, que comenzaba hablando del adiós a un «año delicado» y concluía con un encendido elogio a la labor profesional de su hijo, el futuro Felipe VI, se complementase con esa rueda de prensa que entendemos que Mariano Rajoy tiene pendiente con la opinión pública, para explicarnos a fondo qué pretende hacer con el magnífico elenco que ha seleccionado para ser su primer Gobierno. Ambos mensajes, el del jefe del Estado y el del jefe del Ejecutivo, tienen mucho que ver con la fabricación del futuro.

Pero ya se sabe que Don Mariano es más bien tirando a lacónico y le cuesta mantener contactos con los informadores; parece, no obstante, que esta vez no le queda otro remedio que adentrarse en el fin de este 2011 calamitoso y en el comienzo de ese 2012 esperanzador (o no…) con una comparecencia ante los periodistas, intermediarios entre el poder enorme que hemos puesto en sus manos y la ciudadanía. ¿Cómo sancionar el fin del terrorismo etarra y cómo protegernos ante un eventual rebrote del terrorismo islamista? ¿Hasta qué punto piensa consensuar cosas como los recortes en el estado de bienestar, la política exterior, las necesarias reformas constitucionales? ¿Y el no menos necesario apoyo a la Corona, más allá del largo plauso a los Reyes en el Congreso de los Diputados?

–Virajes en la UE–

Hay muchas cosas que analizar en la despedida de 2011. Desde los virajes que ha impuesto en la Unión Europea, de la que tanto dependemos, hasta el fin casi oficial -casi- del terrorismo de ETA. Los resúmenes que la prensa hace de este año que se muere son apretados, intensos, extensos, porque muchas cosas han ocurrido en estos doce meses de elecciones, de despedidas y de bienvenidas. No nos toca ahora, ni habría lugar para ello, hacer este resumen ni en el plano nacional, ni en el internacional, ni en el económico, ni en el social. Ha habido mucho de todo, y nos resulta aún difícil analizar a fondo todo lo que ha ocurrido, desde ese tsunami social que ha sido la aparición del movimiento «indignado» hasta la reorientación que están experimentando la Casa del Rey y sus circunstancias. Eso, en el plano nacional. En el internacional, ya sea desde el punto de vista político o desde el económico, la «movida» ha sido, verdaderamente, tremenda, decisiva. Un nuevo orden mundial, que sustituya al de Bretón Woods, está a punto de irrumpir (y van Rompuy sin enterarse…).

Es el caso que, desde el ámbito laboral al jurídico, pasando por el financiero, se ha cerrado una época y una nueva, ya digo, llama a la puerta. Aún no está demasiado bien definida esta nueva era, sospecho, pero ahí está, exigiendo desde revolcones en las relaciones entre los partidos políticos y serios replanteamientos en el funcionamiento de estos partidos hasta nuevos conceptos en la diplomacia europea y puede que, incluso, empezar a pensar en una importante reforma constitucional. Nada menos, y probablemente mucho más.

Así que parece que no es ocioso pedir al hombre que ya ha empezado a gobernarnos a los españoles con la mayor capacidad de decisión conocida en un cuarto de siglo, que nos cuente qué piensa hacer a partir de sus iniciales aciertos -que hay que reconocerle- en los primeros nombramientos, que han hecho encender alguna tímida llamita de esperanza en tantos ánimos decaídos. Ya no cabe, pensamos, establecer «tempos» demorados, vacacionales. Hace dos días, tuve oportunidad de decirle a Rajoy, desde mi papel de periodista crítico, «no nos falles», como otros se lo dijeron, en su día, a Zapatero, que por cierto nos falló bastante. No nos podemos permitir el lujo de que Rajoy nos defraude, como no nos defraudó, a mí no, al menos, el mensaje real, agarrando el toro de los problemas por los cuernos… y diciéndolo así en voz alta. Porque en esta época de ajuste de cinturones conviene, eso sí, decirlo todo en voz alta, no solamente pedirnos sacrificios.

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