Esther Esteban – Más que palabras – El Rey y las circunstancias.


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

Se esperaba que el rey estuviera a la altura de las circunstancias y lo ha estado, tanto en su discurso navideño como en la apertura de la X legislatura, el jefe del estado no ha dudado en poner el dedo en la llaga y, sin tapujos, al hablar abiertamente de la corrupción, de la propia: la de su familia, encarnada en el yerno desleal Iñaki Urdangarin y la otra: que afecta a todos los partidos y mina las instituciones democráticas.

Don Juan Carlos ha dado la talla y ha superado, con éxito, una de las pruebas más difíciles a las que se ha enfrentado en su reinado. Aunque el calvario ni ha terminado, ni se le podrá poner punto final a este espinoso asunto hasta que la justicia dé su veredicto, además de palabras ha habido gestos que ponen en valor la decisión del monarca de no consentir sombras de sospecha. Tenía otras opciones como la de aferrarse a la siempre socorrida apelación a la presunción de inocencia para proteger al Duque de Palma o, simplemente, esperar a que la tempestad amainara pero su silencio hubiera sido interpretado como cómplice y optó, sabiamente, por situarse del lado de los ciudadanos que exigen que la acción de quienes tienen responsabilidades públicas sea ejemplar y ejemplarizante. Optó por el que «quien la hace la pague» y escuchar eso en su boca ha sido un alivio.

Fue absolutamente tajante al hablar de «ejemplaridad «y valiente al afirmar que no basta con que los responsables públicos se ajunten a la legalidad sino que sus hechos deben regirse también por un comportamiento ético. «Cuando se producen conductas irregulares, que no se ajustan a la legalidad o a la ética es natural que la sociedad reaccione», dijo. Y así ha sido. La sociedad, que contempla escandalizada los presuntos enjuagues y chanchullos de un miembro de la Casa Real, ha reaccionado complacida viendo que el Rey no se esconde y da la cara cuando vienen mal dadas.

Tal vez sea verdad eso de que bien está lo que bien acaba ¡qué se yo! y aunque esto no ha terminado- ni mucho menos- este puñetazo en la mesa de su majestad enmienda el despropósito de la política de comunicación de su casa que, con mensajes cada cual mas confuso, estaba minando a marchas forzadas el prestigio de la monarquía.

Es verdad que ayer mismo, una vez concluido el solemne acto de apertura de la legislatura, lamentó en una conversación con los periodistas que las palabras de su mensaje navideño se hayan personalizado en la figura de su yerno, pero se le puede permitir tal lamento, humanamente comprensible en tales circunstancias. Lo de menos es el pequeño desahogo y lo de más la potencia de su discurso en este «annus horribilis» para la Familia Real Española, que algunos han equiparado al que, en el 92 pasó Isabel II y la casa de Windsor, aunque para mí lo ocurrido en España es aun más grave.

Sea como fuere, ahí está el Príncipe de Asturias, digno sucesor de su padre que, tal como él mismo dijo, le acompaña con rigor y acierto en el servicio a España y los españoles. Precisamente por eso estuvo bien que le hiciera un guiño, a modo de muro de contención por lo que pueda pasar.

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