Urdangarín y el discurso del Rey.

El discurso del Rey cada 24 de diciembre es ya un ritual que precede el aperitivo de la cena de Nochebuena en todos los hogares españoles. La intensidad de la atención depende de los hechos político-sociales acontecidos a lo largo del año, que suelen marcar la pauta discursiva de cada punto y cambio de plano. Dos clásicos del texto en los últimos años son, por desgracia, el terrorismo y el paro. En esta ocasión era fácil columbrar que el desempleo y la crisis serían dos de los temas centrales, adornados, claro está, con adecuadas guirnaldas de paternalismo, no en vano es el patriarca de todos los españoles incluso de los republicanos, “por imperativo legal” como dicen los del disenso. Sin embargo, a decir verdad, poco importaba este año lo que Su Majestad pudiera decir de estos temas, a una sociedad tan inmersa en la noticia política y económica a través de tertulias, debates, diarios digitales y redes sociales. Esta Nochebuena el tema, muy a su pesar, era su yerno amado en quien había puesto toda su complacencia. ¿De qué nos hablará el Rey? ¿Hablará don Juan Carlos de su yerno? Preguntas de este tenor circulaban las últimas semanas en los corrillos de ateneo, entre los columnistas y analistas políticos y en las tertulias televisivas.

Con estos preliminares, dos horas antes de nacer el Niño Dios, comparece nuestro Rey en el escenario habitual del palacio de la Zarzuela, flanqueado a su derecha por el árbol de Navidad y el Misterio, liberado ya –esperamos—de todo compromiso laicista por mor de no molestar a los eliminadores de cruces, belenes, villancicos y cualquier tradición que ponga de relieve nuestra esencia cristiana. El maquillaje y el corrector de ojeras no consiguieron difuminar la tristeza profunda que invade su alma en los últimos tiempos. Es un palo, un marronazo, como dicen los usuarios del slang urbano. Y se desveló el enigma. Lo dijo. “Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos […] las personas con responsabilidades públicas tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar. Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione. Afortunadamente, vivimos en un Estado de Derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La Justicia es igual para todos”. Y añadió que ciertos “comportamientos individuales” no deben generalizarse para no dañar a “instituciones y organizaciones necesarias para la vertebración de nuestra sociedad”. En efecto, está claro que está pidiendo que no se juzgue a la monarquía por los hechos de su yerno Iñaki Urdangarín, separado ya del universo familiar y eliminado de los actos protocolarios. Pero hay que estar muy en el ajo para entender el mensaje. Particularmente, lo encontramos poco concreto y demasiado velado; fue un lo digo y no lo digo para mantenerse en la línea de lo políticamente correcto. Nadar y guardar la ropa.

Cuando expresó que ciertos comportamientos individuales no deben generalizarse para no dañar a instituciones necesarias para la sociedad, muchos pudieron pensar que se refería a Francisco Camps y la trama Gürtel, a José Blanco inmerso en el caso Campeón, al juez Garzón, que se enfrenta a un juicio por prevaricación o quedándonos en Galicia, a los altos cargos del IGAPE, que también tienen problemas con la Justicia. Si se quería referir a Urdangarín y a sus negocios subterráneos y amistades peligrosas, debería haber sido menos críptico y mucho más concreto. Haber elegido la vía emocional hubiera sido un acierto y España se hubiera volcado con él. Creo que se perdió una oportunidad de oro que, por la cronología, no volverá a repetirse.

Seguro que esto pasará y la Monarquía recuperará la tranquilidad que todos los españoles le deseamos, no por ser realeza, sino por ser humanos, hijos de Dios y hermanos nuestros. La muerte nos iguala a todos y, hasta donde sabemos, en el cielo no se estilan las coronas. Pero sí hay que decir que el caso Urdangarín marca un antes y un después en el tratamiento mediático de los temas de Zarzuela. El acuerdo tácito de no hablar más de la cuenta y de morderse la lengua en determinados temas está tocando a su fin. Y si la familia real hasta ahora había sido prácticamente intocable, a partir de aquí están siendo mirados y analizados con lupa. La pelota está en su tejado. Sólo se les pide máxima rectitud y ejemplaridad. Aun así, son otros tiempos.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora
Directora de Ourense siglo XXI
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
www.magdalenadelamo.com
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(25/12/2011)
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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