Antonio Casado – Madrid-Barcelona.


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

Es la fiebre del sábado noche sobre la chepa del fútbol, una rivalidad clásica ampliamente desbordada por la globalización. Lo que empezó siendo una pugna de ciudades por ser primeros en todo a nivel nacional -a eso que ustedes llaman «nacional», que diría Durán i Lleida-, ahora divide a dos barrios de Tánger, tapa las vergüenzas de los niños del Tercer Mundo y reclama la atención televisiva de millones de chinos.

En clave doméstica, afortunadamente han ido cayendo los sambenitos políticos que durante muchos años les fuimos colgando al Real Madrid, por un lado, como el supuesto equipo del poder español («Españolista», se diría en Cataluña), y el Barcelona, por otro, como el supuesto equipo del poderío catalán («Separatista», dirían los seguidores del Madrid). Pero, insisto, esos son tópicos en retirada desde que el fervor por uno de ellos desbordó las fronteras del mundo.

Sin embargo, nunca se han podido articular razonamientos serios, de fondo, para acreditar aquella cercanía al franquismo que se le endosó al Real Madrid de don Santiago Bernabéu. Y mucho menos se puede sostener con un mínimo de rigor el catalanismo fundacional del Barcelona.

Lo de Barcelona es curioso. Resulta que sus colores, azul y grana, nada tienen que ver con Cataluña. Son los del Cantón de Berna y se deben a la pulsión sentimental de su fundador, el suizo Hans Gamper, mientras que los verdaderos colores catalanistas serían los del Español, blanco y azul, los del estandarte de Roger de Lluria, un héroe de la expansión medieval de Cataluña (Corona de Aragón, claro) por el Mediterráneo.

Es verdad que con el paso del tiempo y la deriva de algunos presidentes claramente nacionalistas, como el reciente caso de Joan Laporta, en el Barcelona se siguieron dado motivos para favorecer la asociación mental entre ese equipo y el nacionalismo. Pero en todo caso yo diría que el nacionalismo del equipo que hoy entrena Pep Guardiola no es genético sino biográfico.

Sea como sea, hoy día se dan todas las condiciones para que, por suerte, la rivalidad se pueda trasladar al hecho meramente deportivo. Lo digo porque, además de la supuesta pugna por la primacía de las dos principales ciudades españolas, y los restos aldeanistas que sobrevivan en algunas mentes poco viajadas, el Real Madrid y el Barcelona C. de F. representan antes que nada dos estilos, dos formas de jugar al fútbol, perfectamente diferenciadas y diferenciables. Pero ambas bordeando la excelencia.

Y el espectáculo del sábado va a consistir precisamente en ver cuál de las dos se alza con el triunfo. La del Madrid, rapidez y eficacia, es el fútbol vertical, que busca el camino más corto para llegar a la portería contraria. La del Barcelona, precisión y arte, es el fútbol de los orfebres. Un canto a la creatividad. Servidor, del Barça, naturalmente.

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