Fernando Jáuregui – El «pacto de la cañita».


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Decían que en España las grandes transacciones se realizaban en cacerías, en partidos de golf o en el palco de los estadios y, en cambio, las amistades más sólidas se consolidan «tomando una cañita» (que no un cafelito, que nos suscita otras connotaciones mucho menos positivas). La fotografía, que dio la vuelta a España, de Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero, departiendo sonrientes ante dos vasos de cerveza en el acto de aniversario de la Constitución, me ha parecido alentadora. Con la nueva era ha llegado también el fin de las hostilidades, a lo que ha ayudado no poco el apabullante resultado de las elecciones; a Rajoy le toca gobernar, y a Zapatero, retirarse por el foro, pero asegurando una colaboración de su partido en las tareas de la gobernación. Ya ha empezado esta dinámica, como no podía ser de otro modo. Y así, con una identidad de pareceres, se presentará dentro de unas horas el aún presidente del Ejecutivo español ante Europa para tener una voz más potente ante una «cumbre» presumiblemente histórica.

Lo único que queda es lamentar, y no para llorar sobre la leche derramada, sino para aprender para el futuro, que este espíritu de colaboración, de pacto, de acuerdo, de Gobierno de gran coalición de hecho, ya que no de derecho, no se haya dado antes. Muchos llevamos años pidiéndolo. Perdón por la autocita, pero, en un libro que publiqué en la temprana fecha de enero de 2008, llamado «La Decepción», se decía lo siguiente: «no sé si podremos llamar a lo que nos viene segunda transición, nueva era o un capítulo más. Sí sé que no puede ser una etapa meramente continuista; gane quien gane, tendrá que poner en marcha grandes reformas estructurales y de fondo, y eso no podrá hacerse sin un amplio consenso entre los dos «grandes» y, ojalá que fuera factible, con la participación de los nacionalistas moderados».

La verdad es que releo aquellos párrafos, y otros en los que también se hablaba de la necesidad de reformar la Constitución, sobre todo en el Título VIII, la normativa electoral y el funcionamiento del Tribunal Constitucional, y siento tener que decir que lo mismo podría redactarse hoy: no hemos avanzado nada. Más bien, yo diría que hemos retrocedido, con tanto hostigamiento innecesario, tanto «pacto del Tinell», tanta descalificación mutua, que poco tienen que ver con el normal y fértil funcionamiento del esquema Gobierno-oposición. Prefiero el «pacto de la cañita», la verdad.

La diferencia entre enero de 2008 y diciembre de 2011 es que, ahora sí, ha estallado una situación económica que estaba larvada entonces, Que Europa ha pasado al primer plano. Que el signo político del poder ha cambiado y que la que será, dentro de dos semanas, leal oposición ha quedado desarbolada y ahora tiene que iniciar una dura reconstrucción interna. La diferencia, también, tras esta Legislatura de infarto, es que los españoles no aguantan más el vuelo de bajura de una clase política que parece haber entendido -y lo digo por casi todos, porque hay excepciones: lamentable, por ejemplo, el desplante de un Cayo Lara al Parlamento el día de la Constitución_ el mensaje de las urnas, el siempre volátil de los mercados y el que nos están mandando desde Europa. Ojalá que los hechos no demuestren que me equivoco.

Pienso que en Berlín y en París ignoran el valor que en este país nuestro tiene tomarse una cañas junto con alguien. Puede que este fin de semana empiecen a comprenderlo. Dios me oiga.

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