José Cavero – Las tareas pendientes de Rajoy.


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

No sólo para Rodríguez Zapatero, también para Mariano Rajoy el año recién iniciado, 2011, es seguro que resultará crucial en su propia vida política y trayectoria. Zapatero puede vivir sus últimos tiempos en la Moncloa, y Rajoy, en principio, seguirá viviendo «ilusionado con conseguir la Moncloa». Pero ambos tendrán serias dificultades que afrontar. En el diario La Vanguardia se exponen las tribulaciones que pasará Rajoy en la presidencia del PP. Recuerda, en primer lugar, el anterior tránsito de año: del «hemos pasado por momento manifiestamente mejorables», a «recibimos un trasvase de votos del PSOE que demuestra que aquí caben todos los que quieren un país serio con un gobierno serio» media un año. Con la primera frase Mariano Rajoy resumía el 2009 y sus problemas internos. Con la segunda, el 2010. La primera describía los problemas internos con los que tuvo que lidiar durante el 2009: caso Gürtel, ruptura del PP con UPN en Navarra que le obligó a crear un nuevo partido en la comunidad foral, y expedientes disciplinarios a Ricardo Costa y Manuel Cobo, por las indisciplinas y la división interna en dos de sus principales feudos, Valencia y Madrid, que eclipsaron los éxitos de aquel año en Galicia y el País Vasco. Unos éxitos que ahora recuerda Rajoy cuando hace balance de lo que ha hecho el PP en los últimos dos años y medio, los que van desde el congreso de Valencia tras la derrota electoral del 2008, hasta ahora, y que él describe enumerando triunfos: Galicia, País Vasco, elecciones europeas y Cataluña, «donde hemos obtenido el mejor resultado de nuestra historia», y lo que es más importante para el presidente popular, «los tres candidatos territoriales eran nuevos». Argumento éste, precisamente, que ha utilizado para decir no a la candidatura de Francisco Alvarez-Cascos en el Principado de Asturias. Situaciones todas ellas muy distintas que colocan a Rajoy en la mejor situación vivida desde el 2004, pero que aun así no está exenta de obstáculos.

Valencia se mantiene como la principal preocupación partidaria de Mariano Rajoy, y no en términos electorales, porque Francisco Camps, según todas las encuestas, sigue creciendo en apoyo popular y podría estar cerca incluso del 60 por ciento en intención de voto, de acuerdo con los sondeos internos que maneja el PP. El problema es que el presidente valenciano sigue pendiente de que la justicia decida sentarle en el banquillo o no, por el supuesto cohecho impropio en el que el dirigente valenciano habría incurrido al aceptar el regalo de tres trajes de los responsables de la denominada trama Gürtel. Aunque los hechos podrían sustanciarse con una multa, la incertidumbre judicial de un presidente que puede sentarse ante la justicia es una de las mayores preocupaciones de Rajoy, una vez superados otros casos como el de Jaume Matas, alejado de la política y de las responsabilidades políticas, lo que en principio exime al PP de las posibles consecuencias. Rajoy ha decidido culminar la renovación iniciada en el congreso de Valencia con la designación de una candidata nueva y prácticamente desconocida, Isabel Pérez Espinosa, para encabezar la candidatura en Asturias, frente a las pretensiones del otrora todopoderoso Francisco Alvarez-Cascos, mano derecha de José María Aznar, con quien ocupó la vicepresidencia primera del Gobierno antes que Mariano Rajoy y después el Ministerio de Fomento.

Con esta designación, el actual presidente del PP termina de elaborar un partido a su medida, donde la única nota que podría considerarse no suya es la presidenta de la Comunidad de Madrid, quien se ha acoplado en los últimos tiempos a la forma de proceder del líder popular, que no se cansa de reconocer en público y en privado que está trabajando con ella codo con codo. El PP es ya, por completo, de Rajoy, ya no quedan vestigios del partido que heredó de José María Aznar. Ahora el reto es demostrar que esta renovación le funciona electoralmente. El 22 de mayo es la última prueba que Rajoy debe pasar para afrontar con tranquilidad, interna y externa, las elecciones generales del 2012. Si el resultado de las municipales de 1979 fue el anticipo del triunfo socialista el 1982, y el de las de 1995 el anuncio del cambio que llevó al PP a la Moncloa, y el 2003 apuntaron la posibilidad de un triunfo de Zapatero que finalmente se produjo en el 2004, ahora el desenlace de las elecciones municipales y autonómicas de mayo -una vez despejada la duda de que no habrá elecciones generales anticipadas- tendrá también una lectura en clave española que Rajoy conoce.

Sabedor desde el principio de que se podía jugar el Gobierno en estos comicios, el presidente del PP hizo una apuesta fuerte por Castilla-La Mancha, como símbolo de que si ganaba un feudo socialista el cambio era posible. Ahora las encuestas apuntan a ese triunfo, y asimismo en Aragón. El 22 de mayo se convierte así en unas primarias del 2012. El mayor de los retos de Mariano Rajoy, porque ha sido el principal problema en su primera etapa al frente del PP, ha sido la unidad interna, y aunque parecen conjurados los problemas más destacados, sobre todo en Madrid, con las constantes peleas entre la presidenta Esperanza Aguirre y el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, aún hay conflictos latentes que debe saber manejar para que no le estallen en el momento más inoportuno. El rechazo a la candidatura de Francisco Alvarez-Cascos, por ejemplo, podría provocar problemas internos, planteados por los más veteranos, que se podrían sentir apartados. Mariano Rajoy deberá demostrar que cuenta con todos para su proyecto.

Tras las elecciones municipales y autonómicas de mayo, el presidente del PP tendrá como principal preocupación la elaboración del programa electoral con el que se presentará a las elecciones generales de 2012. Un programa en el que deberá definir sus propuestas para salir de la crisis y concretar las medidas que pondrá en marcha si llega al Gobierno, más allá de las críticas y las descalificaciones de la política del Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero. Un programa que pueda llevar luego a la práctica, con medidas que no tenga que aparcar por la situación económica y en el que quede clara cuál será la política de un Mariano Rajoy presidente. Deberá dejar claro, muy especialmente, qué hará con asuntos que han sido objeto de polémica en los últimos tiempos, como el retraso de la edad de jubilación a los 67 años.

De aquí a las elecciones generales, el líder de la oposición deberá demostrar también que es capaz de llegar a acuerdos con el resto de las formaciones políticas, para hacer creíble que cuando esté en el gobierno podrá aunar esfuerzos con partidos y agentes sociales. Mariano Rajoy deberá decidir en esta etapa si se limita a heredar de Rodríguez Zapatero las reformas necesarias, como la del mercado laboral o la de las pensiones, sin dar su apoyo a las medidas impopulares, o si decide negociar y pactar las medidas, asumiendo el coste de apoyar esas decisiones muchas veces difíciles de entender por los ciudadanos, pero que supondrán un trabajo ya hecho del que se beneficiará luego su posible futuro gobierno. Pero quizá su mayor reto sea ganarse la confianza de los españoles, personalmente, y romper el suspenso que mes tras mes le coloca por detrás de José Luis Rodríguez Zapatero en la valoración ciudadana, según el Centro de Investigaciones Sociológicas, incluso en los peores momentos del presidente del Gobierno, en los que Zapatero ha bajado al 3,46, pero Rajoy se queda aún por detrás con un 3,42. Bien es verdad que eso le ocurría a Aznar en la oposición y, como él decía, el carisma se lo dio ser presidente del Gobierno. Es la misma desventaja que hace que aunque los ciudadanos suspendan la gestión del Gobierno, también consideren que el PP hace una oposición mala o muy mala, y que el propio Rajoy sólo inspire confianza al 15,6 por ciento de los encuestados, menos aún que la confianza que inspira el propio Zapatero.

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