Tonto hasta la tumba

El que es tonto a los veinte suele ser tonto a los cuarenta, pero no es el caso. Noam Chomsky fue una lumbrera de estudiante y ahora, cumplidos los ochenta, sigue gozando de un inmenso prestigio intelectual. Eso hace más chirriante su rendida admiración por Hugo Chávez y las alabanzas que dedica a su revolución bolivariana.

Si fuera un chisgarabís, convencido de que Keops, Kefrén y Micerino son marcas de champú, sería entendible. Pero Chomsky sabe hasta la historia de los faraones enterrados en las pirámides.

Filósofo, escritor, analista, profesor emérito en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística universal, tendría que estar al tanto de que Chávez es un bluf y que prestarse a su juego es respaldar represión, censura y miseria.

Cuando vas invitado y por todo lo alto, como ha llegado él a Caracas, te pueden dar gato por liebre y conseguir que no veas ni el miedo ni el hambre, como han hecho muchas veces en Cuba con académicos, artistas y periodistas, pero Chomsky reside en Massachussetts y ahí, por mucho que metas la cabeza debajo del ala, difícil es no recibir información contrastada.

Chomsky es el paradigma del «intelectual», que en su día apoyó a Stalin, después a Mao, más tarde a Castro, adoró al Vietcong, soñó con los campamentos palestinos, flirteó con las Brigadas Rojas, la RAF y ETA, y ahora reparte amores entre los ayatolás iraníes y el Gorila Rojo.

No se hace eco de la persecución a los periodistas venezolanos, pero clama contra el «déficit democrático» en EEUU y manda cartas a Obama instándole a liquidar al nuevo gobierno de Honduras.

No le falta de nada. Es de origen judío, pero abomina contra Israel y como el resto de la «troupe progre», acude siempre raudo y sonriente en socorro de todo tiranuelo que disimule la subyugación de su pueblo, lanzando proclamas antiamericanas.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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