Antonio Casado – Mensajero y mensaje.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Hace tiempo que el juez Garzón ya no está en el caso Gürtel. Así que el PP no puede culparle del horizonte penal de su tesorero, Luis Bárcenas, después de los últimos acontecimientos. También tiene muy difícil arremeter contra el fiscal después de haber alabado tanto su posición contraria al traslado del caso Gürtel al Tribunal Supremo al considerar insuficientes los indicios para imputar a los aforados Bárcenas y Merino.

Sin embargo, ahora que el fiscal sí ve esos indicios, después del consabido informe de la Agencia Tributaria, al PP no se le ocurre otra cosa que acusar al Gobierno de estar detrás del fiscal para desquitarse de la derrota electoral en las europeas porque Zapatero y compañía tienen muy mal perder, aún sabiendo que no hay nada nuevo en relación con la causa seguida en la Audiencia Nacional, primero, en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, después, y ahora en el Tribunal Supremo, según parece estar a punto de ocurrir.

Extravagantes reacciones de la gente de Rajoy. Revelan escaso respeto al funcionamiento del Estado de Derecho y persisten en la mala práctica de atacar al mensajero, sea juez, fiscal o periodista, en vez de tomarse en serio el contenido del mensaje. O sea, la posibilidad de que altos cargos del PP, orgánicos e institucionales, hayan podido cometer uno o varios delitos.

Porque todos estamos sometidos al imperio de la ley. El juez Garzón, por supuesto, si el Tribunal Supremo cursa contra él una querella por supuesta prevaricación y el PP aplaude con las orejas. Vale. Pero eso alcanza también al tesorero del PP, al diputado Luis Merino o a los avispados alcaldes de ciertas localidades madrileñas, cuando son imputados por supuestos delitos fiscales, cohecho, tráfico de influencias y otros.

El «Mariano, vienen a por nosotros», que Esperanza Aguirre le dijo a Rajoy cuando estalló el caso Gürtel, es un enfoque tóxico del problema. La sindicación de ambos no debería servir para defenderse del acoso de los mensajeros, sino de los desaprensivos que usan las siglas del PP para quedarse con el dinero de los ciudadanos.

Todos compartimos la indignación del dirigente «popular» vasco, Antonio Basagoiti, cuando denunció la obscena diferencia entre los cargos del PP que se juegan la vida en Euskadi y los que se la ganan metiendo la mano en la caja. Desalojar a los elementos indeseables de un partido no es un síntoma de debilidad sino de fortaleza.

Aplíquese la enseñanza que se contiene en la fábula de la «manzana podrida», como terapia de grupo, y el grupo saldrá ganando, en vez de relacionar los problemas judiciales de Bárcenas y compañía con el mal perder de los socialistas. Valiente tontería.

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