No más Mentiras

Antonio García Fuentes

EL MAR Y EL “YO”

ARTÍCULO PARA RELAJARSE

Era yo, ya un “hombrecito”, cuando vi por primera vez el mar. Lo hice desde una atalaya natural y en lo más alto, de aquella “infernal” carretera, que desde “los montes”, bajaba serpenteando hasta la ciudad de Málaga; creo recordar que la denominaban, “Cuesta de la Reina”; muchos años después llegué a contar aquellas curvas y a la mente me viene el número “116”. Aquella carretera hoy no se emplea y aquella peligrosa bajada y subida, se realiza, a través de una bastante cómoda autovía, cuyo punto culminante es el denominado, “Puerto de las Pedrizas”, pero aún, ese trayecto, es bastante accidentado y muy abundante en curvas, puesto que el desnivel natural no permite otra cosa y los ingenieros, hicieron lo que pudieron con arreglo a presupuestos. La última vez que estuve y a pocos kilómetros de Málaga, muy cerca del automóvil, conducido por mi y en el que, normalmente, viajamos mi esposa y yo… volcó un camión, envolviéndonos la densa polvareda que levantó, pero sin que nos causase ningún daño el accidente, que ocurrió a pocos metros de nuestro vehículo, si bien en la dirección contraria; quedando el transporte en la denominada “mediana”, sin más daños que los ocasionados “a la materia rodante”. ¡Menos mal!

Pero vuelvo a aquel primer momento ya reflejado.

Aquel primer encuentro con el mar, en su lejanía, me dejaría un recuerdo imborrable y una emoción que aún recuerdo; pues aquella “inmensidad” azul, era más, mucho más, de lo que había aprendido en los libros o visto en el cine. Aquella inmensa “llanura líquida”, penetró en mi y sentí un gran respeto por esa inmensidad, de la que yo sólo vi aquel día, una pequeñísima porción de uno de los pequeños mares del mundo.

Después he visto ese mismo mar, muchas veces y desde muchos lugares de toda o gran parte de la costa Andaluza y menos pero abundantes, de las costas de Murcia, Alicante, Valencia, Castellón, Tarragona, Barcelona, Gerona; Mallorca y también lo he apreciado desde las costas francesa, monegasca, italiana, tunecina y marroquí, incluidas algunas de sus islas y desde las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Lo he navegado en cortas singladuras y en menos cortos cruceros, donde incluso he tenido que soportar más de una tempestad y he sentido sobre mí, las sensaciones que sólo se sienten en esos momentos, en que en realidad… “te encuentras muy pequeño”. He navegado por el Atlántico, pero en mucha menor singladura, aunque también puedo reflejar sensaciones maravillosas vistas en ese océano, en las orillas Europea, Africana y Mexicana; una de las más memorables fue una noche de plenilunio, en la que atravesando del Atlántico al Mediterráneo y encontrádose el estrecho de Gibraltar, como “una balsa de aceite” (cosa poco frecuente en éste turbulento paso de corrientes marinas) pude apreciar la belleza enorme del cielo, el mar y las dos orillas, donde las luces de las poblaciones ribereñas, semejaban algo así, como si… “algunas estrellas hubiesen bajado del cielo, para iluminar un poco más a los miserables mortales”; todo ello envuelto en la “luz lechosa” de una Luna llena. Fue un mes de agosto y veníamos en un crucero, desde Agadir (al Sur de Marruecos) al puerto de Málaga y “camino” del de Barcelona. También he visto al mar, en bastantes ocasiones y desde el aire, en muchos de los viajes realizados en avión y es una nueva estampa maravillosa, donde cuando luce el sol y no hay nubes, se ve, como “una inmensa piel”, cubierta de brillantes escamas, formadas por las ondulaciones que en ese momento dan simetría a las ondas marinas y se crea ese grandioso efecto, de “un grandioso ser vivo, cubierto de bellísimas escamas”. Podría contar el grandioso espectáculo de una tormenta marina, vista desde la orilla, en un hotel cerca de Oporto y la que si bien aterrorizaba a mi esposa, a mi me dejaba sereno, cosa incomprensible para ella, que no comprendía como yo era capaz de salir a la terraza y serenamente ver el grandioso espectáculo, hecho repetido por mi mas de una vez, incluso en ese mar esmeralda, cual es el Caribe y donde el Sol, la lluvia y la tormenta, se suceden a velocidad insólita; de ahí aquella inolvidable noche caribeña, donde el ensordecedor trueno me despertó e invitó a salir a la terraza y ver otro grandioso (tengo forzosamente que reiterarlo) espectáculo natural, el que indudablemente experimenté disfrutando de ello.

Sigo viendo ese mar de “los romanos” y “nuestro”, con gran frecuencia y lo visito como mínimo una vez cada mes, algunas veces dos; y siempre, siempre, “encuentro un mar nuevo”; puesto que como ya dijera el pensador (“nadie se baña dos veces, en la misma agua de un río) ocurre exactamente igual en ese mar y en todos los demás, puesto que por la superficie y profundidades de los mares, “corren” inmensos ríos y sus aguas se trasladan, “suben y bajan” y siempre están en movimiento; igual ocurre con sus colores, que cambian constantemente de tonalidad, en una gama inmensa de azules, verdes, grises, plomizos, negros, etc.; todo ello producido por la luz que en cada momento los ilumine, la noche con su manto, las corrientes, los vientos y la propia fuerza de las mareas y quizá “otras”, que del Universo vienen a tener siempre en movimiento a… “ese padre de la vida de éste planeta”, cuya fuerza y humedad, son el “vital semen” que preña a la Madre Tierra y todo ello procedente del “Padre Sol”, quienes a su vez, todo lo reciben del Padre Universal y su Universo, donde radica el misterio de la vida en todas sus manifestaciones conocidas… “y seguro que otras que aún no conocemos, pero que conoceremos a lo largo del tiempo”.

A principios de Otoño de 2000, estaba yo sentado en el habitual lugar, donde en Torre del Mar, suelo tomar un café a media tarde, fumo un cigarro puro y a lo largo de un par de horas, paso un tiempo apacible, sereno, y en el que mi alma, divaga y vuela por el tiempo indefinido del antes y el después de que yo… “empezara a pensar” y como siempre o casi siempre, “algo conecta con mi yo y se empiezan a cargar mis pilas”.

Sentí; como tantas veces: mis escritos lo reflejan en multitud de ocasiones; incluso tengo un largo poema publicado y que titulé: “A ti… Uno de los pequeños”, dedicado a ese mar. Sentí (digo); cómo me va llegando ese reflejo húmedo, que viene de las aguas primigenias del inmenso mar; humedad “fortísima” que impregna mi alma y la refresca y alimenta (aunque mis ya viejos huesos se resientan) y siento penetrar en ella, una nueva fecundidad, de imágenes, pensamientos y “cosas”, que muchas veces soy incapaz de captar en toda su intensidad y por tanto de pasarlas a la escritura que se, puesto que mis “herramientas”, son rudimentarias. Ello no insta para que sienta, un inmenso llenado de todas las partes de mi ser, con una especial paz y sosiego, de esperanza infinita hacia “eso” que denominamos o llamamos… Dios… ¡Oh Dios mío!… que larga y fecunda es la vida… la vida verdadera, “la gran olimpiada del hombre” , cuyos mejores trofeos se olvidan en la piedad infinita del “silencio” de los siglos, que los cubren, pero que algunos recordamos con enorme admiración y agradecimiento.

¿Quién se va a acordar y a quien importará, pasado un tiempo, los tan vitoreados atletas de éstas olimpiadas?… Tanto el primero (eufórico en su momento de llegada) como el último (transido del esfuerzo e incluso derramando lágrimas) serán, “tragados” por un olvido, que nos cubrirá a todos antes o después.

Trofeos enormemente grandes y provechosos para “La Gran Olimpiada del Hombre”, hoy los disfrutamos todos, pero sin que sepamos quien fue el “olímpico cerebro” que nos legó tan gran trofeo… y al decir esto, me viene a la mente, la recogida de los primeros granos del cereal, su molienda y obtención de la primera harina, para lograr con ella tortas de pan “ácimo”, al que luego sería añadida levadura para hacerlo más esponjoso… o el tubérculo ó raíz de la mandioca o “yuca”, de cuya pulpa, elaborada y secada, se extrae otro tipo de harina de la que obtienen el cazabe y cuyo “pan”, aún elaboran tribus que de él reciben su principal alimento, tras un cotidiano y enorme esfuerzo y trabajo; El curtido de la piel y que hoy nos permite tanta comodidad incluso en buenos calzados que no estropeen nuestros pies; la domesticación de los animales de granja; la primera semilla y el primer fruto obtenido por el primer hombre agricultor, la obtención del vino, la cerveza y tantas y tantas cosas, que realizó el hombre en esa que yo denomino “su gran olimpiada a través de los infinitos siglos”. Ese hombre, que también hace “cosas” de las que me avergüenzo como tal y de las que no quiero acordarme. En fin; todo lo bueno (victoria) y lo malo (derrota) que ha realizado el hombre, siempre en camino en “su lento maratón”; ese camino anhelante que se dirige… ¿hacia donde?…¿la perfección?… ¿qué será esa gran maravilla?… pero en la que creemos o necesitamos creer, por cuanto es una necesidad vital, para seguir caminando en… LA GRAN OLIMPIADA.

Termino de escribir las notas que dan lugar a este escrito y las que fueron tomadas en el citado lugar y en dos simples servilletas de “fino” papel, vulgares y corrientes y tras ese apretado escribir, levanto la vista y miro hacia donde está el mar (que no veo por cuanto un paseo marítimo en alto, me lo impide) y le mando, “mis gracias” por cuanto creo firmemente, que de sus inmensidades han partido, las ideas para este corto relato, el que tras ser escrito, me deja el cuerpo en un estado bastante grato, por “el gran alimento recibido”.

Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (allí más relatos)

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Antonio García Fuentes

Empezó a escribir en prensa y revistas en 1975 en el “Diario Jaén”. Tiene en su haber miles de artículos publicados y, actualmente, publica incluso en Estados Unidos. Tiene también una docena de libros publicados, el primero escrito en 1.965, otros tantos sin publicar y mucho material escrito y archivado. Ha pronunciado conferencias, charlas y coloquios y otras actividades similares.

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