La Antártida, hábitat tóxico para los pingüinos

(PD).- Han pasado casi 50 años desde que el polémico libro de Rachel Carson, «Primavera Silenciosa», alertase al planeta sobre los efectos perjudiciales del DDT sobre el medioambiente.

El éxito de la publicación dio paso a una intensa investigación sobre el DDT que desembocó en su prohibición en 1969. Desde entonces, el uso del pesticida ha ido decreciendo progresivamente en todos los países del mundo en favor de otras alternativas menos peligrosas.

No obstante, las seis décadas de utilización masiva del insecticida parecen haber dejado huella en los glaciares del Antártico.

Esta conclusión se desprende del estudio realizado por la bióloga Heidi Geisz, del Instituto de Ciencia Marina de Gloucester, quien ha comprobado que los niveles de contaminación de los pingüinos Adelaida residentes en el Antártico son los mismos que hace varias décadas.

La sorpresa llegó al comprobar que el resto de especies que coexisten en el hábitat presentan índices tóxicos mucho menores. Para explicarlo, Geisz ha formulado una hipótesis en la que afirma que los pingüinos Adelaida son los únicos animales del estudio que no realizan migración alguna en todo el año, lo que indicaría que la fuente de contaminación se halla en el propio hielo.

Parece obvio que las aves no están expuestas al mismo foco de infección que en el pasado, pues los parámetros de difusión del DDT han descendido desde las 36.000 toneladas anuales de los años sesenta a las 1.000 toneladas que se registran en la actualidad. «Los pingüinos no están expuestos a fuentes nuevas del pesticida, sino seguramente a depósitos del mismo en el hielo, -considera la bióloga marina- pero también hemos encontrado otros tóxicos de origen químico peores que el mismo DDT».

El equipo de investigación también ha señalado que, este «deshielo tóxico» se verá acelerado por el calentamiento global, «ya que la temperatura en la zona ha subido 6º en los últimos años, y seguirá subiendo».

El pesticida bajo sospecha
El DDT (o Dicloro-Difenil-Tricloroetano) es un insecticida organoclorado bien conocido por ser el más famoso de los Contaminates Orgánicos Persistentes.

Diversos estudios han demostrado sus efectos nocivos sobre la atmósfera terrestre, el sistema nervioso humano y el proceso reproductor de numerosas especies animales. Su utilización fue prohibida oficialmente en 1972 por la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos, al considerarlo un «producto químico con gran potencial carcinógeno para el ser humano».

Sin embargo, es muy efectivo para detener plagas transmitidas por insectos, como es el caso de la malaria. En 2006 la Organización Mundial de la Salud (OMS) -que ha catalogado el insecticida como «moderadamente peligroso»- reabrió el debate acerca de su utilización anunciando que el DDT volvería a formar parte de su plan para erradicar el paludismo en las zonas tropicales.

Algunos partidarios del insecticida, como el científico danés Bjørn Lomborg, arguyen que gracias a él se consiguió acabar con la malaria en Grecia e Italia, áreas donde esta enfermedad tenía carácter endémico. Además, el producto químico tiene unos costes muy bajos de producción y, lo que es más importante, carece de problemas de patentes para su fabricación.

De hecho, algunos investigadores han señalado que detrás de la campaña contra el DDT podría estar la propia industria química, ansiosa por imponer en el mercado nuevos productos registrados por sus empresas.

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