Ni en las principales ciudades de Galicia hay gallegos, ni en las del País Vasco vascos, ni en las de Andalucía andaluces o en las de Extremadura extremeños.
Poco a poco se ha ido perdiendo nuestra cultura, nuestra esencia, nuestra forma de ser, nuestra identidad; las multinacionales nos han «internacionalizado» en la mediocridad y para ellas ya solo somos una «masa» a la que llaman «clientes» o «compradores» de la que ahora obtienen los resultados tras años lavándonos el cerebro para vender toda clase de cosas, la mayoría innecesarias.
Estas megaempresas manejadas por magnates, que utilizan el más feroz neuromarketing y juegan con nosotros como peones en un tablero de ajedrez, nos están agilipollando: uniformándonos en el vestir como si fuéramos un ejército; en el hablar con términos como community manager, safety car o Business Development Manage y, lo que es más grave y preocupante, en un pensamiento único: el consumismo.
Ese conjunto de características que se heredan y se transmiten de padres a hijos, ese carácter que define el temperamento de un pueblo está desapareciendo por esta invasión a la que aún encima aplaudimos creyéndonos así que somos más modernos, más guais.
Ahora nos están convirtiendo en parias de un sistema consumista y ya solo en las aldeas y en pequeñas localidades es donde podemos encontrar, como si se trataran de tribus extrañas, la idiosincrasia de un pueblo, de sus gentes, que es lo mismo que decir: Nosotros.
Estas megaempresas han creado un mercado de mentecatos y paletos que en vez de valorar lo que les es propio, lo auténtico, las tradiciones adaptándolas a los nuevos tiempos, se apuntan a todo con el cerebro plano, sin pensar, sin analizar, sin cuestionarse nada.
Y les da lo mismo estar cinco, ocho o diez horas esperando a la intemperie a que abra una tienda, que pagar lo que no tienen porque solo viven del postureo, de la medianía.
Primero fue Papá Noel, luego el Halloween y ahora nos han metido en vena el Black fryday, a ver si así nos arruinamos más pronto y llenamos más rápidamente los bolsillos de quien en un despacho en Tokio o Nueva York se ríe viéndonos como imbéciles.
Sigamos haciéndoles el juego, sigámosles por la senda del consumismo absurdo y desenfrenado, histérico e irracional, por el de la imbecilidad más absoluta, y no te extrañe que el próximo año, el 23 de noviembre, celebremos con un pavo el Thanksgiving o Día de Acción de Gracias. Todo llegará.
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