La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

‘Juego de Tronos’, el regalo que nos habría hecho Chaplin hoy

“Realmente lo siento, pero no aspiro a ser emperador. Eso no es para mí. No pretendo regentar, ni conquistar nada de nada. Me gustaría ayudar en lo posible a cristianos y judíos, negros y blancos. Todos tenemos el deseo de ayudarnos mutuamente. La gente civilizada es así. Queremos vivir de nuestra dicha mutua, no de nuestra mutua desdicha. No queremos despreciarnos y odiarnos mutuamente”. Así comienza uno de los discursos más preñados de humanidad de la Historia: el que nos regaló Charles Chaplin en 1940 con ‘El Gran Dictador’.

Me atrevo a decir que, tras esta obra maestra, ‘Juego de Tronos’ es la que más certeramente nos ha acompañado en el proceso de mostrarnos cómo nace y se manifiesta un tirano (y cómo lo aplaudimos). Sí, claro, hablo de Daenerys Targaryen, ¿Acaso no hemos sido legión los que hemos vibrado cuando sobrevivió a un padre y a un hermano marcados por la barbarie? ¿No nos ha llegado al alma verla salir adelante en un pueblo de salvajes en el que, en vez de terminar ensartada por mil lanzas, se acabó convirtiendo en su caudillo? ¿No nos ha emocionado verla salir de las llamas como la Madre de Dragones?

En un momento central de la serie, ella asegura que el mundo es una rueda en la que las grandes familias se pelean entre sí por el poder (no excluye a la suya), estando unos a veces arriba y otros abajo…, pero con el pueblo siempre sufriendo el yugo opresor. Ella viene para reventar esa rueda y establecer un auténtico Mundo Nuevo. ¿Cómo? Al precio que sea. A sangre y fuego contra los “malos”.

Por algo es la Rompedora de Cadenas. Y por algo fascina a Tyrion Lannister (arquetipo de la inteligencia) y a Jon Nieve (modelo del bien). En el último capítulo, abierta ya la caja de los truenos y con Daenerys habiendo devastado Desembarco del Rey (con su millón de inocentes dentro), movida ante todo por la venganza frente a Cersei (icono de la traición, hija de Maquiavelo, que no del mal absoluto), Tyrion y Jon hablan en la cárcel, antes de que el primero sea enviado al cadalso. Esa es la conversación transcendental: ¿acaso no la vieron antes crucificar a esclavistas, quemar a sus enemigos? Claro, pero eran los “malos”…

El problema es que, quien se cree llamado por lo alto para cumplir un destino que implique a un pueblo, si corta cabezas y es aplaudido, al final acaba cortando todas las cabezas… para que al menos se escuche el aplauso de su último fiel. Eso, ni la idea más bella y redentora del mundo lo salva.

Solo por esta esencia envío yo a la horca (¿seré un titano en potencia?) a quienes dicen que el de ‘Juego de Tronos’ es un mal final… Por no hablar del instante supremo en el que Jon Nieve sacrifica el amor por el deber (una escena que es poesía) y Arya Stark, que llegó a perder su identidad por el odio y la venganza, acaba descubriendo que la vida está por encima de todo y que es mejor bebérsela sumergiéndose en la aventura que degollando enemigos.

Por todos estos regalos, ¡gracias George R. R. Martin!

Artículo publicado en Cuadrilátero 33, dentro del combate ‘Tras el final, ¿es “Juego de tronos” la serie de la década?’.

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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