Te acabamos de enterrar en Landete, en nuestro pueblo, y siento que se ha cortado el último lazo con una infancia muy feliz: la de esas vacaciones en las que estabais los cuatro abuelos y las dos casas bullían de vida. Comidas, cenas, paseos, juegos y un alud de anécdotas e imágenes. Más un millón de palmadas en la calva que soportabas con estoicismo, aguantando la sonrisa.

Te acabamos de enterrar en Landete, en nuestro pueblo, y siento con una fuerza especial los diez últimos años que has pasado en Arganda, en nuestro pueblo, que también ha sido el tuyo. Aquí he paladeado cada instante contigo, ya mi último abuelo, consciente de que era un tesoro, un regalo de la vida. Aquí hemos compartido cientos de tardes de toros, en la tele y en el coso (cuánto te echaremos de menos mi padre y yo al sacar los abonos de la feria y que esta vez no sean tres), de fútbol y baloncesto (no te gustaba para nada el deporte, pero te aficionaste solo para comentar la jugada conmigo, haciéndome creer que eras del Barça solo para pincharme), de “negociar” en el bar, tú con tu fanta de limón y yo con mi vino…

En tu última etapa, cuando se murió la abuela y se vinieron muchas cosas abajo, has sido muy feliz. Y eso me consuela. Has sido uno más en nuestra casa, en todos nuestros planes. Mi habitación pasó a ser la tuya, y ya lo será para siempre. Ahora es tierra santa, presidida por tu garrote. Y quedan tus libros, tus cientos de libros, que devorabas hasta el final. A tus 91 años, creo que tenías el récord Giness de libros leídos sobre la Guerra Civil.

Dejas un hueco enorme… Ojalá que tus bisnietos, las personitas que más te han hecho sonreír en estos años, hereden de ti esa mirada llena de paz y ternura. La entrañable mirada de un hombre bueno. Mi abuelo.

Te quiero muchísimo, Félix Martínez Jiménez. Cuídanos.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA