La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Carta de Irene Malavia García

Hola, mundo, soy Irene Malavia García. Nací en Arganda del Rey (Madrid) a las 21:25 horas del 27 de octubre de 2018. Ese día se cumplían 1.706 años desde que el emperador Constantino dijera ver la cruz de Cristo antes de la batalla de Puente Milvio, 526 desde que Cristóbal Colón pisara la tierra de Cuba, 211 desde que Godoy y Carlos IV nos vendieran a Napoleón al firmar el Tratado de Fontainebleau, 55 desde que el Movimiento Juventud Peronista reclamara al Estado que permitiera a Perón volver a Argentina y que le fuera devuelto el cuerpo robado de Evita, 32 desde la preciosa oración por la paz que Juan Pablo II organizó en Asís junto a líderes de todas las religiones, 27 desde que Turkmenistán se independizara de la Unión Soviética, 12 desde que Amy Winehouse sacara su disco ‘Back to Black’… y uno desde que el Parlamento de Cataluña proclamara solemnemente su independencia, desencadenando la aplicación del artículo 155 y la suspensión de la autonomía por el Gobierno de Rajoy.

Como puede verse, a la largo de la Historia, este mundo nuestro tan alocado cambia vertiginosamente. Hasta el punto de que ya ha cambiado desde que yo nací, y eso que apenas tengo cuarenta días. Valga un ejemplo: menos de 24 horas después de llegar aquí, Julen Lopetegui era el entrenador de nuestro Real Madrid. El Barça nos cascó un 5-1 en el Camp Nou (mi primer partido de fútbol, para que luego digan que los madridistas lo somos porque siempre ganamos) y, desde entonces, el entrenador es Santiago Hernán Solari.

Lo que no ha cambiado es la cara de embelesados de mis padres. El día de mañana no me acordaré de mis primeros meses de vida (para eso, en parte, escribo esa carta), pero, aunque no tenga una imagen nítida, sí sé que, desde ya y hasta el resto de mi existencia, tengo grabado a fuego en mi corazón el mucho amor recibido por ellos. Y eso que no les dejo dormir mucho…, pero creo que no les importa demasiado. Además, mi padre ha aprovechado estas semanas de insomnio para ver, conmigo colgada de su antebrazo a modo de koala, todo tipo de series: ‘Arde Madrid’, la séptima temporada de ‘Homeland’, ‘Estoy vivo’, ‘The Good Place’…

También ve entrevistas grabadas y partidos de fútbol y baloncesto del Madrid de hace un porrón de años. Y se acuna con la radio, claro, su sempiterna compañera por las noches. Un último detalle: entre las cosas de las que me habla, me cuenta qué tal va con el carnet de conducir. Está con las prácticas y, por ahora, aunque aún no ha atropellado a nadie, creo que lo suyo va para largo… Espero que pueda coger un coche antes de que vaya al cole y me pueda llevar él alguna vez.

¿Por qué cuento todo esto? Porque, dentro de muchos años, cuando a lo mejor mis padres no estén junto a mí, quiero pensar que volveré a leer esta carta y, entonces sí, recordaré todo tal cual fue. Entonces, bullirá con más fuerza aún el estruendo de mi hermano Marcos. Ahora tiene dos años y medio y es un auténtico huracán. Lo que más hace es vacilar a mis padres (no para de hablar el tío) y reírse a carcajada limpia. A mí a veces me cuida (me toca la cabeza, me da besos y dice que soy “una monada”) y otras, directamente, ignora que estoy por estos lares. Sé que no queda mucho para que seamos lo que siempre seremos: unos hermanos inseparables. Marcos va a ser una de las personas más importantes de mi vida. Aún no lo sabe y yo tampoco (no paso de mi mirada escrutadora y silenciosa), pero así será. Para siempre.

Por mi poca experiencia en este mundo, intuyo que he tenido una suerte inmensa. Tengo cuatro abuelos (y un abuelo bis…), cinco tíos y un primo, Martín, que es el otro fichaje de la temporada 2018. El amor se palpa. Sobre todo, está mi madre… La pobre ha pasado unas semanas un poco reguleras en cuanto a la salud (esto del “postparto” es una castaña pilonga), pero tiene una fuerza descomunal y me transmite mucho, mucho calor. Cuando sonríe, todo lo demás se opaca. Además, el que es una gran mujer lo muestra el hecho de que lleva 16 años aguantando a mi padre… Me han contado que tiene una cofradía bastante numerosa que la venera como Santa Mari.

Concluyo esta carta sin hablar de cosas tristes. Sé que en esta vida me esperan muchas de ellas… Pero también sé que, con todo el cariño con el que me están nutriendo ahora, me será mucho más fácil cumplir con la única cosa que me han pedido mis padres… No tiene que ver con credo, idea o afición alguna. Es tan simple (y complicado) como ser “una buena persona”. Si lo llevo a cabo con éxito, habré puesto mi granito de arena para (aunque suene cursi) hacer un poco mejor este mundo.

Ah, me ha insistido mi padre (es muy pesado) en que concluya mi primera carta con un grito de guerra: ¡Utopía o muerte!

Y otra cosa más… Que rece siempre a un tal San Miguel de Unamuno.

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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