La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Millán Astray, Franco, Carmen Polo, Johnny Cash… La respuesta a Emilia Landaluce en ‘Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno’

PREGUNTA: “Señor Unamuno, ¿qué habló usted con Carmen Polo después de lo que pasó en la Universidad de Salamanca?”. Emilia Landaluce, escritora y periodista, redactora en el diario ‘El Mundo’

RESPUESTA: La historia oficial de ese 12 de octubre de 1936, bautizado entonces traicioneramente como el Día de la Raza, cuenta que, tras mi “venceréis pero no convenceréis” arrojado al rostro de Millán Astray, un vendaval de furia se despertó contra mí. Entonces, fue doña Carmen quien me salvó, cogiéndome del brazo y acompañándome hasta la salida. Allí, mientras un grupo de falangistas de insultaban brazo en alto (emulando a los que, menos de tres meses después, acompañaron mi ataúd con idéntico gesto, esta vez tratando de “ganarme para la causa” de cara a la galería… una vez muerto). Me metieron en un coche, solo, que me llevó hasta mi casa de la calle Bordadores, siendo en definitiva, desde entonces, mi particular y última cárcel. Doña Carmen, tras despedirse del obispo de Salamanca, se metió a continuación en otro coche junto al fundador de la Legión, imagino que tratando de rebajar su bravata.

Esto es lo que dice la historia oficial, pero aprovecho el episodio para contarte un cuento en el que doy otra versión, la que he soñado. Y, en el momento en que la escuches, para ti y para mí será una realidad tan histórica como la otra. ¿O es que acaso es menos real Don Quijote que Cervantes? ¿O mi san Manuel Bueno, mártir, existió con menos autenticidad que yo? Así, para cada uno de los aquí presentes, más de 80 años después en este mismo Paraninfo de la Universidad de Salamanca, lo que escuchen y cómo lo asimilen forjará en ellos su propia verdad. Y, puesto que esta conversación se está trascribiendo por obra de mi escriba, cuando la interioricen nuestros lectores, prenderá en ellos la mecha de una especial revolución del alma. O, si no, ¿para qué estoy yo hoy aquí, vivo otra vez? Sin más, aquí va mi cuento:

………

Tras el triste suceso, como me vio conmovido y se movió en ella un cierto espíritu maternal, doña Carmen se despidió del señor obispo y de Millán Astray con un firme apretón de manos y, dejando a ambos pasmados, decidió entrar conmigo en el primer coche. Una vez en la intimidad del automóvil, mientras este echaba a andar conducido por el chófer, agarré de la mano a la mujer del Caudillo y le pedí que cerrara los ojos y se mantuviera en silencio.

Intuyendo que estaba ante la última oportunidad de mi vida para salvar a España, le pedí que hiciera el esfuerzo de escuchar. Al principio, sorprendida y visiblemente incómoda, ella protestaba y decía que no escuchaba nada, pero al fin, tras percibir en mí, supongo, a un simple viejo desesperado y cercano ya a la muerte, decidió hacerme caso y cerrar los ojos. Unos segundos después, aún más asustada que antes, pero también serena, me dijo: “Sí, ¡lo oigo!”. “¿El qué?”, le pregunté yo. Y fue así como doña Carmen empezó a susurrar estos versos con una voz rota y profundamente ronca: “Llevo esta corona de espinas / sobre mi trono de mentiroso. / Lleno de pensamientos rotos / que no puedo arreglar. / Bajo las manchas del tiempo, / los sentimientos desaparecen. / Eres otra persona más, / y yo todavía sigo aquí”.

Sin interrumpir la magia de un instante único, yo susurré con un tono aún más bajo esta explicación: “Es la letra de Hurt, que se traduce como Roto. La compondrá muchos años después de este momento un cantante estadounidense llamado Johnny Cash. No me pregunte cómo, pero el alma que impulsará a su creador a hacerla carne me ha inundado con su pasión cuando usted ha decidido entrar conmigo en el coche. Y, sin decirle nada, compruebo que también está en su seno. Por eso le ruego que prosiga con la letra…”.

La mujer de Francisco Franco, sin responder con argumento alguno, continuó susrrando los versos del poeta: “¿En qué me he convertido? / Mi dulce amigo, / todo el mundo al que conozco, / se va al final, / y podrías haberlo tenido todo. / Mi imperio de basura”. Con esta última expresión, “imperio de basura”, doña Carmen abrió repentinamente los ojos y concluyó con los versos esenciales de la canción: “Te defraudaré, / te haré daño”.

No hizo falta que le explicara algo que en ese instante ni yo mismo sabía: que esta es una canción en la que Johnny Cash abraza a su amada June advirtiéndole, una vez más, ya al final de sus marchitos días, que es un ser autodestructivo y que no podrá evitar hacerle daño, pero que la ama más que a nada ni nadie. Para nosotros, en ese tiempo único de nuestra historia, esa canción tenía otro mensaje… Ni siquiera hube de decirle nada a doña Carmen. Creo que, mientras susurraba esos versos del mañana, por su mente pasaban a toda velocidad otras imágenes del futuro: muerte, odio, exilio, cárcel por pensar… Del mismo modo, ella misma no se puede engañar con el argumento de que, “si ganan la guerra los otros, harán lo mismo con nosotros”.

Al llegar a la puerta de mi casa, el coche se paró y yo me bajé. Pero, antes de que el automóvil emprendiera la marcha, a través de la ventanilla, ella me miró fijamente a los ojos y, sin abrir los labios, creí entender que, desde la profunda tristeza que reflejaba su rostro, me hacía llegar esta frase: “Hoy tenemos que hacer que estalle la paz, aunque sea una paz de muerte. Pero mañana…, mañana habrá que empezar a trabajar para que llegue cuanto antes la concordia entre todos los españoles. Se lo diré a Paco”.

………

Este es mi cuento. Sí, querida amiga Emilia, intuyo que me miras sorprendida y piensas que esa supuesta promesa jamás se cumplió. Pero, como siempre defiendo, mis cuentos no tienen estructuras o moralejas. Sin simplemente historias… Historias, eso sí, que, una vez que se expresan, cobran vida y son historia, verdad. Y la verdad es presente absoluto en todo el tiempo, que solo es uno. Por tanto, ¿quién puede asegurarnos que, con este sueño, hecho vida, historia y verdad en cada uno de nosotros, no cambia el discurrir histórico de España en ese triste 12 de octubre de 1936, desde ahora, Día del Alma Hispana?

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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