La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

El tío Paco

Landete es mi refugio. Mi pueblo. Mis raíces. A veces lo ciega el ruido de días exprimidos al máximo, sin dormir y con demasiado dolor de cabeza por la ingesta de caldos de la tierra y otros con ecos caribeños, pero ante todo está el abrigo que te acolcha por las noches (o amaneceres): la familia y los amigos. Los segundos, gracias a Dios, se van incrementando; a los cinco fantásticos de la Peña el Oeste se nos van agregando novios, novias e hijos. La primera, dicen que es ley de vida, crece con primillos y mucha más gente querida, pero nos duelen mucho los que nos dejan: la bisabuela Elisa, la abuela Eloira, la abuela Inés, el abuelo Hilario, el tío Hilario… El tío Paco.

No me puedo creer que ponga en el folio en blanco, y ya en mi encomienda diaria a lo más alto, al tío Paco. Hace solo unos días era el esperado reencuentro tras dos años sin vernos. Para mi hermana eran tres. Era un día de gozo. El día de inicio de las fiestas, con todo el pueblo en la calle. Era el acabar de bajarse del coche, vaciar las maletas en el armario y adentrarse en el bullir bajo el humear de decenas de paellas en las aceras. Era la primera vez de mi hijo Marcos en Landete. Era el gozo sobre gozo. Primera parada: ver al tío Paco. El abrazo, la foto con su sobrino-nieto en brazos y otra con los cuatro Malavia varones (mi padre, mi tío, mi hijo y yo). Era el orgullo máximo, el “la estirpe continúa” lanzado al aire entre risas. Hablamos como siempre: de fútbol, de política y de este mundo nuestro tan loco.

Veinte minutos después de tomarnos un café y despedirnos hasta el día siguiente, nos llegó la noticia: “Se ha muerto el tío Paco”. El día esperado se convirtió, irrealmente, en el día del adiós sin saberlo. El destello que se lo llevó le cogió sentado en el sillón, en paz, sin sufrir. Se fue demasiado pronto, pero no se me ocurre mejor día: rodeado de su familia y, especialmente, con sus cuatro nietos abriéndole de par en par el corazón otro día más. Eran su gran tesoro, la revolución que hizo de él un hombre aún más disfrutón de la vida.

Porque, si de algo me quedo de mi tío Paco, es con ese carácter apasionado germinado en La Mancha pero fundido a fuego lento en toda una vida en Valencia: socarrón, divertido, despreocupado, visceral, sin complejos. Todo un fuego dentro de un corpachón. Si le gustaba ver en la tele Frijolito o Tómbola, lo decía. Si (en su día) se tenía que fumar 60 cigarrillos, lo hacía. Si tocaba discutir con los “rojos”, lo hacía a pecho partido, aunque luego fuera amigo de todos. Cuando era pequeño, y aún más de adolescente, le vacilaba y me dejaba vacilar con decenas de ocurrencias suyas. Ya de mayor, aunque nos viéramos menos, el placer estaba en charlar de lo que fuera: de su Barça, de su adoptado Villareal, de su PP… De sus nietos. Era un padre feliz, un abuelo feliz.

Creo que no le habría gustado morir enfermo, sabiendo que se moría. Intuyo que, de haber podido, habría firmado un pacto con Dios para que, lleno de salud, le dejara vivir un día más, junto a todos los suyos y en su pueblo, y disfrutar de las últimas horas con una cena que gozó como cualquier otra, como todas. Simplemente disfrutando del momento. Por cómo fue todo, a modo de ensoñación preñada de simbolismo, no puedo dejar de pensar que ese pacto, firmado o no, le fue dado en modo de regalo. Aunque sea triste y nos haga sufrir a los que nos quedamos aquí.

Se nos muere el Landete que un día conocí: aquel que olía a leña y a ausencia de ausencias. Mientras tenga memoria lo paladearé como hacía mi tío Paco: sin espacio para la angustia, con una nostalgia que solo enriquece. Por eso no he querido que este fuera un escrito triste, como me pedía el cuerpo. Porque él no lo querría como último homenaje y porque, pese a mi fe errante, me aferro con todas mis fuerzas a la esperanza de que un día nos volveremos a ver. Vivos todos. Cenando otra vez todos juntos en la casa de los abuelos tortilla de patatas al calor de la estufa. En nuestro Landete sin ausencias.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Lo más leído