Hola, mundo, soy Marcos Malavia García. Nací en Arganda del Rey (Madrid) el 4 de abril de 2016 a las 5:27 de la mañana. Era de noche y llovía. Durante todo ese día, incluso cuando se volvió a poner el sol, no dejó de llover. Soy el habitante 7.430.354.587, o al menos lo fui en ese instante. En el día de mi nacimiento murieron la actriz Chus Lampreave y el cantante y compositor Manolo Tena. Este día también se cumplían 202 años de la abdicación de Napoleón, 167 de la creación del Imperio Austrohúngaro, 67 del surgimiento de la OTAN, 58 del origen del movimiento pacifista en Londres, 48 del asesinato en Memphis de Martin Luther King y 41 desde la fundación de Microsoft por Bill Gates y Paul Allen.
Mis padres son María José García y Miguel Ángel Malavia. En los periódicos del día de mi nacimiento, que ya tengo guardados, la noticia principal era la salida a la luz del escándalo de los papeles de Panamá, la trama de sociedades opacas con las que muchos de los referentes de la sociedad española y mundial blanquearon dinero durante décadas. Me ha contado mi madre que solo seis horas antes de nacer, cuando no sospechaba aún nada, mi padre estaba en estado comatoso, clamando que jamás volvería a votar y que abjuraba de su fe monárquica, pues parece que la Familia Real no sale muy bien parada de este asunto tan chusco. Pero creo que ya se le ha olvidado todo eso… Desde que nací, hace diez días, ambos solo hacen que mirarme. Dicen que soy el otro amor de su vida. Duermen a ratos y luchan para entretenerme cuando estallo en ira porque tengo hambre (lo cual es casi todo el día)… Pero me transmiten mucho calor en cada abrazo, en cada historia que me cuentan, en cada canción que me cantan, en cada baile con el que me elevan a los cielos. Además de ellos, están mis abuelos, mis tíos y los amigos que ya me conocen. Todos se quedan hechizados al verme. El comentario que cae fijo: “Vaya pelazo tiene”. Ya verán cuando vean mis ojos azules que ya despuntan… No sé si la vida es esto, pero me siento muy afortunado.
Sin embargo, algo no me cuadra. ¿Cómo es posible que la vida parezca tan sencilla y lo que leo en los periódicos y veo en los telediarios refleje todo lo contrario? ¿Cómo ocurre que no todo el mundo se entregue a amar a los que tiene más cerca y que eso no sea la esencia absoluta de su vida? ¿Para qué robar, para qué matar, para qué esclavizar? ¿Tanto valen el dinero y el poder? Si nada de eso calienta tanto como un abrazo de amor…
Mientras reflexiono sobre esto con mi índice derecho sobre la barbilla (una de mis posturas favoritas), llego a esta inicial conclusión, que sé que habré de pulir durante una vida en la que no todo será tan fácil: me dedicaré a ser buena persona. Si lo consigo, mis padres estarán orgullosos de mí. Y sus chanzas sobre si seré madridista o colchonero, taurino o antitaurino, de letras o de ciencias, de izquierdas o de derechas, creyente o aspirante desde la duda o instalado en la nada, quedarán en una anécdota sin importancia. Porque en el fondo saben que nada de eso importa demasiado. Si me comporto bien con los demás, ellos estarán siempre orgullosos de mí. Y, pase lo que pase, me querrán con locura.
Ocurrirán mil cosas en mi vida, pero en los malos momentos recordaré esta carta y seré yo el que contemple esa mirada de entrega de mis padres. Tratar de ser feliz y hacer felices a los demás… Me gusta esta filosofía de vida.
MARCOS MALAVIA GARCÍA
