La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Curas abusadores, no son cuatro manzanas podridas

Empiezo con la aclaración obvia: la mayoría de los sacerdotes y religiosos son ejemplares. La mayoría de los que conozco lo son. Quitándonos de en medio la primera piedra que alguno estará tentado de lanzar al leer este título, vamos al meollo: décadas atrás, era una práctica habitual en la Iglesia el que, en los casos en los que un sacerdote o religioso abusaba sexualmente de un menor, se apelaba al “bien de la Iglesia”, a “no “causar escándalo”, y, tras indemnizar a la familia de la víctima (cuando esto se daba), “castigar” al culpable cambiándole de parroquia. Con esto, los obispos y superiores de congregaciones no hacían sino trasladar al criminal a otro campo en el que, sin avisar a los fieles de absolutamente nada, este podía volver a entregarse a su acción depredadora. “Casualmente”, cuando eso ocurría, no solía afectar a un único culpable, sino a decenas o centenares. Lo que habla de un sistema criminal encubierto, con culpables y cómplices.

Esto ha ocurrido durante décadas y en muchas diócesis de todo el mundo. Está documentado, y eso que no sabemos todo, por lo que guárdense las siguientes piedras los pretores defensores de las causas injustas. Esto, por desgracia, llegó al más alto nivel de la Iglesia. Juan Pablo II fue un gigante, pero bajo su pontificado se dio un horror al que no se respondió como se debía. Los casos de Marcel Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, y de Bernard Law, cardenal de Boston, fueron paradigmáticos. El primero no pagó sino hasta el final de su vida con la constatación de la sospecha, cuando había sido un absoluto criminal depravado. El segundo fue testigo mudo de un infierno obra de muchos de sus sacerdotes (retratado perfectamente por la película Spotlight) y, en vez de ser castigado, fue protegido en el Vaticano con la jaula de oro del arciprestazgo de Santa María la Mayor, una de las cuatro grandes basílicas de Roma. No, con Juan Pablo II este drama no se cortó.

Han sido Benedicto XVI y Francisco los que han cargado con esta dolorosa cruz. Pero aquí llega lo preocupante. Cala cada vez más la duda de que no se está haciendo lo suficiente, lo que tiene consecuencias (habrá abusos cada día, hoy). Y no solo por la famosa lentitud de la Iglesia, sino por la sospecha de que esa lentitud es provocada por un grupo de poder que, manejando muchos resortes en la Santa Sede, bloquea la reforma eclesial también aquí. El abandono de la comisión vaticana que trabaja sobre los abusos de uno de sus miembros laicos, Peter Saunders, duele en el alma. Fue víctima durante 20 años de abusos. Su hermano los sufrió ya seis años antes: si se hubiera cortado entonces, Peter se habría salvado. Pero no. Eran los años duros del oscurantismo, del evitar el “escándalo” a toda costa. Él mismo denuncia hoy que la comisión se reúne solo dos veces al año, que no analiza casos concretos, que es ineficaz y que es escamoteada en su labor por gente de peso dentro de la Iglesia.

No puede volver a ocurrir lo mismo. Dejémonos los cristianos de a pie de paños calientes, de excusas, de aclaraciones. Si no se hace desde arriba, gritemos desde abajo. Si hoy se hace mucho más que antes, pero no lo suficiente, no nos conformemos. No perdamos ni un segundo en decir que los curas pederastas son “solo algunas manzanas podridas”. No son mayoría, pero sí una minoría significativa. No empañan la labor impresionante de la Iglesia con los más necesitados en todo el mundo, pero sí nos oscurece a todos el alma. Pidamos, exijamos a nuestra Iglesia que, cuando haya un caso de abuso, ella, como institución, sea la primera en denunciarlo y en personarse en el juicio pertinente como parte de la acusación. Que no se destine un céntimo a prestar asesoría de ningún tipo a esa escoria inmunda. Si un religioso o un sacerdote es un criminal o un abusador y desde la Iglesia no se le ha prestado jamás un atisbo de cobertura en los hechos, él ha de ser el único que asuma todo el peso. De su defensa y del castigo.

Me repugna cada vez que oigo que una diócesis paga tal cantidad desorbitada para “compensar” a las víctimas. Hágase en lo relativo a lo que ocurrió en las décadas de plomo, pero no con lo que ocurra en estos años. Porque, en teoría, la respuesta es otra: tolerancia cero, ¿recuerdan? Si de verdad han cambiado las cosas y los pedófilos son los únicos culpables, que reciban todo el peso de la ley. La civil y la eclesial. Tolerancia cero. Pero de verdad.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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