La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Nacido en un pesebre entre heno y excrementos, rechazado ya desde ese primer instante por quienes desconocían la grandeza que encubría su nacimiento: un rey venido para redimir sin armas. Adorado por pastores y por majestades del conocimiento. Perseguido por el poder ciego. Fue refugiado y emigrante. Fue sabio-niño y carpintero-niño. Vivió al fin en una aldea, donde todos se conocían. “Buenos días, Jesús, hijo de María y José”. Familia sencilla y con predominio de silencios, recogimiento y ternura.

Hasta que el niño alcanzó la treintena y salió a cumplir la misión: bautizado con agua, elevó al profeta bautista con espíritu y fuego. Caminó y caminó, incluso sobre las aguas. Casi siempre hacia las pequeñas ciudades, huyendo de las metrópolis. En la montaña y en el mar, haciéndose acompañar de todos, con preferencia por pescadores, pobres, leprosos, prostitutas, niños, ancianos, extranjeros. Habló con parábolas para los más sencillos e hizo grandes milagros. Curó cuerpos y almas, fue espejo de la desnudez de muchos que no quisieron alejarse del poder. Fue, ante todo, incomprendido. Por el poder y los adoradores del poder, aquellos que se contentan con que un rayo de luz que rebota en una moneda les acaricie el rostro. Eso le llevó al cadalso.

Noche oscura y honda en Jerusalén. Silencio, recogimiento y ternura en la última cena con sus amigos. Les da el gran ejemplo a seguir, el modo de hacerle vivo cuando falte. Porque sabe que uno de ellos ya le ha traicionado. Beso de traidor, poco después de que los tres amigos más cercanos también le traicionaran al dormirse mientras él atravesaba su hora de mayor soledad y dudas. Juicio en soledad, con todos los testigos amarrados por el peor poder de todos: el religioso. El más sibilino, el más traidor. Como la negación temerosa de su roca, que consumó su traición antes de que el gallo cantara por tercera vez. Traición, traición, traición. Solo están de verdad las mujeres, empezando por la dolorosa madre, con varias espadas clavadas ya en su corazón. También está, aunque antes se durmiera, el más joven de todos los amigos.

Se abre el portalón y aparece el rey de reyes: flagelado, con una túnica hosca que sangra sus heridas y coronado con espinas que se incrustan en su alma. Avanza en medio de la turba: los que le aclamaron como majestad cinco días antes, hoy le saludan con salivazos, empellones e insultos. En el Gólgota le esperan dos malhechores. Uno de ellos le recibe con su buen corazón, abierto ya en canal: es el regalo final, la última conversión. La pesada cruz que ha cargado en su último caminar (en la periferia de una metrópoli como Jerusalén, Ciudad Santa y Ciudad Ramera arrastrada por el poder religioso), sostiene ahora el peso de su cuerpo: su piel desgarrada paga el precio. Exhala el último aliento con el “perdón” en la boca. Un lanzazo pagano culmina la obra. Todo está consumado: un justo ha muerto por todas las injusticias de la Historia. Incluidas las que se produzcan hoy. Y mañana.

Pero Jesús de Nazaret será testigo de todo esto. Hoy y mañana. Porque, al segundo amanecer, resucitó.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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