Soy consciente de que este artículo no será muy popular, pero no quiero callar lo que tengo como una certeza: UPyD representa la (escasa) tradición ilustrada española. A diferencia de las fuerzas cuyas posaderas están asentadas en las estructuras del Estado (PP, PSOE, los nacionalistas) o de los hijos de Robespierre que apuestan por la aniquilación del Estado (IU, Podemos, los nacionalistas), desde el partido magenta se opta por una línea más difícil de percibir: la crítica en positivo, la ausencia de populismo ramplón, la ejemplaridad desde las acciones concretas.
Valga como ejemplo todo lo ocurrido con el cambio en la Jefatura del Estado. UPYD, sin ser un partido monárquico o republicano, ha ido más allá de un debate falseado y ha testimoniado su compromiso con el pacto constitucional que ha supuesto el único periodo de estabilidad en nuestra convulsa historia nacional. Exige reformas en la Constitución, pero no reivindica la abolición de un marco en el que entramos todos. Es decir, propone desde un espíritu constructivo.
Paralelamente, el hecho de apoyar el mantenimiento de esta Monarquía Parlamentaria (porque funciona y mientras funcione), no ha impedido al partido de Rosa Díez mostrarse contrario al aforamiento de Juan Carlos I. Pero, a diferencia del resto, no lo ha hecho desde la burla al ciudadano: sencillamente, no quieren el aforamiento de ningún representante público (como ocurre en Alemania, Reino Unido o Estados Unidos); de ahí que soliciten que dejen de serlo los 10.000 españoles que hoy lo son. Por el contrario, ¿cómo pueden reclamar que no se afore al “ciudadano Juan Carlos” (Cayo Lara dixit), por ejemplo, los rupturistas de IU, cuando sus representantes solo pueden ser juzgados por el Tribunal Supremo? Es lo mismo que ocurre cuando desde el partido comunista se clama por una Justicia independiente y luego se acepta entrar en el juego por el que se nombra según su color a los miembros del CGPJ… Que no cuela.
A lo mejor esto no lo aprecia una mayoría ciudadana (hay que esforzarse en ir más allá de lo que queremos escuchar), pero al final pesan más los constructivos con base que los revolucionarios de salón.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
