Hoy se ha clausurado en mi parroquia (San Juan Bautista, en Arganda del Rey, Madrid) una Semana de Evangelización de la que escribiré aquí en unos días. Me basta hoy con dejar reflejado un hecho que me ha maravillado. Siguiendo la llamada del Papa Francisco, que nos pide salir a la calle y dar testimonio de nuestra fe (“armar lío”, diría él), todos estábamos invitados a comprometernos en la causa. Sin embargo, como pude comprobar en la tarde del miércoles, los parroquianos que daban el valiente paso de salir al paso de todos los viandantes e invitarles con sencillez a pasar un ratito a la iglesia, encender una vela y rezar ante el Santísimo, no eran (no éramos), como se pudiera pensar, en su mayoría jóvenes. Eran las mujeres de misa y rosario diario, de horas y horas de oración en los duros bancos del templo… Madres, abuelas, muchas de ellas eran septuagenarias. ¡Y hasta alguna había octogenaria!

Bendita sea la fe de los sencillos, aquellos que irradian pasión y fuego porque, ante todo, tienen clara cuál es la esencia. ¿Por qué? Porque la viven con naturalidad, porque forma parte de lo más íntimo y cotidiano de sus vidas. Para mí, tan obcecado muchas veces en querer profundizar en el sexo de los ángeles, esto ha sido un aldabonazo en la conciencia. Ojalá que, en mi caminar vital, algún día se me contagie algo de estas maravillosas encarnadoras de la misericordia y el amor de Dios. Son audaces, valientes. Son trabajo silencioso y abnegado. Son las que tiran del carro en su casa, con sus familias, con todo el mundo. Son el ejemplo. Son mujeres. Son “las de toda la vida”. Son la roca firme.

Son mujeres como Rosa, quien se lamenta porque sus nietos ya no quieren ir a misa. En la puerta de la parroquia, no deja de acercarse a todo aquel que ve (sobre todo joven) y decirle, toda ternura: “Hijo, ¿por qué no pasas un ratito dentro? Si quieres, te acompaño y encendemos una vela. Seguro que te hace bien… Dios te quiere mucho”.

¡Benditas parroquianas!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA