La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

La saludable autocrítica en la Iglesia

Tengo la sensación de llevar escribiendo este artículo varios años. Pero, en los muchos escritos que he realizado sobre el tema, la mayoría de las veces no he hecho sino levantar ampollas. De ahí que, reconociendo mi fracaso, escriba este que pretendo sea ya definitivo. Lo hago a cámara lenta, de un modo gráfico, sosegado y concretando con ejemplos. Viene a ser una explicación, incluso una justificación. “Por qué siempre criticas a los mismos en la Iglesia?”, me achacan algunos a los que aprecio. Y yo respondo que no, que solo hago valer la necesaria y saludable autocrítica.

Parto de la base de que son católicos todos los bautizados y que yo no soy nadie para repartir carnés de nada. Por tanto, evidentemente, tan pastor es Rouco Varela como su sucesor hoy al frente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez. Y tan papa es Francisco como todos sus antecesores. Pero, dicho esto, ¿qué hay de malo en reconocer que hay diferentes sensibilidades y carismas en la Iglesia? ¿Y qué pasa si creo que un estilo es el más adecuado en el tiempo actual? Porque, si hablamos de concretar, hagámoslo: la Iglesia es perseguida en varios países de África, Asia y América Latina. No, en absoluto, en Occidente. Y como vivo en España, Europa, voy a centrar aquí mi opinión.

Así, en la vieja Europa cristiana, si bien es cierto que cada vez son menos los católicos y más quienes sienten rechazo por la Iglesia, resulta obsceno el discurso victimista que nos invita a los creyentes a ir con fuerza a la contra. Mejor, ¿por qué no nos preguntamos en primer lugar las causas de este desapego? ¿Por qué no sacamos la cabeza de debajo de nuestros pies y miramos alrededor, reflexionando en serio y haciéndonos preguntas, aunque duelan? ¿Por qué la Iglesia, la institución que más se vuelca en la atención a los desfavorecidos, es una de las peores valoradas en todas las encuestas sociológicas? ¿En qué fallamos? ¿Es porque todos los demás son tontos? ¿Todo obedece a la manipulación de los medios? ¿No será, acaso, porque nos consideran un colectivo ligado históricamente al poder y que goza de sus privilegios? Y, si bien esto es cada vez menos cierto (al menos en España), ¿por qué no renunciamos a los privilegios más cuestionables, como que el crucifijo presida las tomas de posesión de los gobernantes? ¿Qué nos aporta?

Y ya puestos, ¿por qué no demostramos que, más allá de la posible discrepancia en ideas y principios, los cristianos apostamos siempre y en toda circunstancia por la dignidad de toda persona… no solo al principio y al final de la vida? Me explico con un ejemplo del que escribí días atrás: en Uganda, donde se ha aprobado la cadena perpetua para los homosexuales, la prensa oficialista publica listas de posibles gais con fotos incluidas y los más radicales se han entregado a la persecución violenta de muchos “sospechosos”, siendo incluso uno de ellos quemado vivo en público. Atroz, ¿verdad? Pues, si es un hecho indudable que la Iglesia apuesta siempre por la dignidad humana (y que esto figura en su Magisterio como eje referencial), ¿por qué no se vuelca a nivel mundial con todos los medios a su disposición a favor de las víctimas en Uganda y contra una ley injusta? Sí, también en España, donde nuestros medios católicos abordan muchas situaciones ocurridas en otros países. Seamos valientes y no nos conformemos con repetir monótonamente que respetamos a los homosexuales en cuanto a que son personas más allá de sus prácticas sexuales. ¡Movilicémonos activamente!

¿Por qué escribir esto puede sonar a disparate? Hay que ser autocríticos, pues eso nos hará caminar con más frescura. Precisamente, eso es lo que más nos desgasta en Occidente: somos un mastodonte viejo, miedoso y que busca huir de las preguntas incómodas. No, esto ha de cambiar. Hay que señalar lo que no nos gusta. Hay que decir que nuestros medios (Cope y 13 TV son el paradigma) se han entregado clamorosamente a los intereses de una ideología y un partido político muy concretos (el capitalismo representado por el Partido Popular); que muchos obispos bajan o elevan el tono según quiénes ostenten el poder; que el carrerismo es un mal endémico en la Iglesia; que, en el Vaticano, el dinero negro ha corrompido muchas altas esferas; que hay lobbies muy ideologizados que pretenden monopolizar el sentir cristiano…

El mayor símbolo de todo esto han sido los abusos sexuales a menores cometidos durante décadas por clérigos y religiosos. Antes, se consideraba que, “por el bien de la Iglesia”, lo mejor era callar ante ellos y desplazar a sus autores. Hasta que llegó Benedicto XVI y, desde la valentía profética, emprendió el camino de la “mano dura” que hoy todos exigimos ya como necesaria. Pues aprovechemos este ejemplo y actuemos antes de que los males nos acechen. Salgamos de nosotros mismos y admitamos que ser minoría es una oportunidad que nos invita a crecer en humildad, frescura y autenticidad. En África, Asia y América Latina, pese a las dificultades, aumentan las personas con fe y muchos cristianos son modelo de ciudadanía comprometida. Incluso la Iglesia es llamada a mediar en arduos conflictos políticos… Y todo porque allí no hace falta demostrar que no se aspira a condicionar al poder.

Aprovechemos la oportunidad. El papa Francisco, de cuyo don se cumple mañana un año, es un magnífico espolón para despertarnos. No seamos engreídos y dejémonos atizar por él. ¡Ánimo, seamos autocríticos!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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