La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Najwa Nimri, la musa divertida

Acodado en la barra del antro, con la mirada perdida y el sentido común más turbio de lo habitual, Tomás fija de pronto la vista en la televisión. Así, se queda absorto observando a una rubia de larga melena que se despereza sobre la cama mientras canta lo siguiente: “Llego tarde, como siempre, ya lo ves. ¿Qué hora es? No quiero contarte lo mismo una y otra vez. Hablo poco, bebo más de lo bebido…”. Hipnotizado ante lo que siente como una musa salida de las cenizas de un gulag de Siberia, se recrea con una escena que sigue con un Frankestein tocando un tambor con huesos humanos, dos viejos harapientos que se mueven al compás del vacío y un final sprint en el que la hembra deambula por el campo huyendo de entes putrefactos que la persiguen con palos. “Y si estás tan acabado, fumigado, aniquilado, arrasado y envasado por estar aquí a mi lado…”. Paciente el beodo, espera al final de la locura y graba a fuego lo que ha visto: ‘El último primate’, video-clip de Najwa Nimri… “Y gritaré, gritaré hasta llegar a ti. Porque el tiempo nos espera y nos dará la razón”.

“Najwa Nimri, Najwa Nimri”, se repite Tomás a sí mismo, poseído, mientras se tambalea para llegar al servicio. Mas se encuentra con la muchachada, que hace cola. Con los nervios perdidos, después de un estruendoso eructo, pega un vozarrón y levanta el puño, amenazando para que le deje pasar a un quinceañero aquerubinado. Este, creyendo ver un fantasma, se tapa la cara para protegerse con lo que portan sus pecosas manos: la Interviú. En el último momento, el atacante ve la portada y se queda paralizado: es ella, su ninfa, en porretas. Sin dudarlo un segundo, se hace con la revista y, de un portazo, se encierra en el baño.

Cinco minutos después, sale con el rostro pálido y avanza tembloroso entre la turbamulta alcoholizada. Dueño y señor otra vez de la barra, de pronto, le invade la nostalgia. Es ella, otra vez ella. Pero ahora la imagen de la tele la muestra en blanco y negro, con el pelo recogido y el gesto profundo y quedo. Suena ‘Crime’. Entonces, empieza el danzar de susurros en aguijón, con una voz de hechizo y alboroto: “Te inclinas sobre el borde de la barra y me miras. ¡Con esos ojos! Y qué más da si es un sueño. Pasas a mi lado y me dices: ‘Hola, tienes la sonrisa de una chiquilla’. Y, ¿es un crimen cuando tocas mi mano y siento el cielo? Y me pregunto si es un crimen si, cuando al pasar detrás de mí, rozas mis caderas por un sitio peligroso…”.

En estas, Tomás se olvida de dónde está y se arrodilla, preso ya de la sensualidad encerrada en una fría pantalla: “Sujetas mi mano con fuerza. Me tienes, me llevas, me rompes. ¡Qué dulce suicidio! Y me pregunto si es un crimen que me veas sonreír…”. Hasta que llega un instante en que, atrapado por la magia de esos ojos entrecerrados, se derrumba y estalla en llanto, mientras la voz que le cautiva jadea: “¿Esto es un crimen? Estoy dentro de este infierno, hermano, te lo digo. Hermano y amante… He entregado suficiente como para quedarme. Trato de seguir dentro, dentro, dentro… ¿Es un crimen cuando vas metiéndote dentro…?”.

Tomás, tumbado en medio del bar, gime y tiene las sienes a punto de estallar. No sabe por qué, pero se está volviendo loco. Hasta que, solo un segundo después, la ve. Es ella, allí, de verdad, en ese puñetero tugurio. Está en la barra, en el altar en el que él suele reinar, hinchándose de chupitos. Viste con vaqueros y una camiseta ajustada. Él pega un salto y se recompone como puede. Está absolutamente impresionado al verla en carne mortal, en certeza memorable. Duda si tratarla de usted o pedirle que se case con él. Avanza hacia Najwa Nimri. Entonces, ella le mira, eructa y brinda levantando su orujo: “Ahí está, el último que me ha homenajeado por mi Interviú. ¡Va por ti, maestro!”. Y, sin más, estalla en carcajadas.

Roto el hechizo, Tomás se ríe también sonoramente. Se siente relajado, aliviado: “Me mataba tu misterio. Pero me da la vida que seas, sobre todo, una tía normal, que se quiere divertir y que se descojona de los que la llaman musa. Yo solo soy un borrachín, pero te puedo contar chistes toda la noche. Camarero, ¡para mí un anisete!”.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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