La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Paco de Lucía, la guitarra que no cesa

Al igual que Miguel Hernández lanzó un rayo que no cesa, sino que truena tronante pese a su muerte, hoy, apagado Paco de Lucía, tan temprano, su guitarra no cesa ni lo hará jamás. Seguirá como siempre, sonando alegre o ajada, estremecida o adormecida, revolucionaria o entregada a la mortaja y el luto. Como hoy. Aunque viva; porque vive, exultante de vida. Porque cantará sin cantar, exaltará epopeyas y derrotas sin valerse de una letra, sin una voz que ahonde en el desgarro o el éxtasis.

Toda guitarra, instrumento del alma, es la levadura sobre la que nace y se sustenta el flamenco, la copla, el fado y cualquier arte que entronque con lo más oculto del ser, con la intimidad que solo alcanza a los sensibles desde el tuétano. Pero, si esto lo consigue una en serie, qué decir de la guitarra del maestro Lucía, que acompasó incluso la fiebre de Camarón. Qué decir de esa guitarra que ha hecho llorar a musas, poetas, toreros y tunantes de todo pelo. Qué decir de la guitarra que no cesa.

En este instante, la guitarra que no cesa de Paco de Lucía está acometiendo la gran aventura de su vida, esa que no podía alumbrar mientras corriera sangre por las venas del padre. Esa que solo se puede afrontar cuando se está muerto, adentrado ya el poeta allí, en el lugar de donde no se vuelve. Ahora, ahora mismo, preñada con la voz del hombre, la guitarra única puede cantar. Tiene voz, y es poderosa. La acompañan un piano y el leve runrún de un tamborcillo.

Ahora, ahora mismo, en Orihuela, ante la tumba de Ramón Sijé, emplea la voz de Dios y desbroza emocionada la letra más grande jamás escrita. Miguel Hernández es quien susurra a la guitarra que no cesa los versos de la elegía mayúscula: “Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado”. Mas no hay pena entre los presentes, que son todos los poetas allende los cielos. Federico baila por bulerías, Delibes contempla a los jilgueros, Unamuno se extasía ante los altos y verdosos cerros.

“En mis manos levanto una tormenta / de piedras, rayos y hachas estridentes, / sedienta de catástrofes y hambrienta”. La voz desencajada del artista sugiere dolor, aunque en realidad es un dolor de parto; esto es, de dar a luz a entrañas de esperanza. Neruda permanece quedo ante el torso desnudo de una mujer monumental, Alberti sueña que es un marinero libertario, Benedetti simula que es al fin libre. No hay sufrimiento, sino vida. Pese a la furia: “Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte a parte, / a dentelladas secas y calientes”.

El poeta anónimo, el desconocido que parió los mejores versos aun sin quedar su nombre en la Historia, está definitivamente feliz ante la magia de Paco de Lucía y su guitarra que no cesa: “A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero”. Es entonces cuando se apaga la hoguera y el vino de la fuente se derrama en todas las copas. Por la eternidad.

La fiesta empieza hoy, maestro.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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