La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Luis Aragonés, el patriarca

Ha muerto Luis Aragonés. Y estoy triste. Como lo estoy por la muerte de cualquier persona de la que tenía referencia, aunque en este caso vaya más allá. No solo porque hablamos de quien construyó el equipo que aún nos tiene instalados en un sueño a todos los futboleros españoles, al padre de la España del tiqui-taca que ha alcanzado la antes inverosímil gloria en Europa y en el mundo, sino porque hablamos de un hombre que representaba el fútbol de otra época. Tengo 31 años, pero siempre siento nostalgia de algo que no viví: los tiempos en que el deporte era solo deporte y los deportistas eran a veces tíos viscerales que se cosían la camiseta en el corazón, ofreciendo su sudor y su sangre como tributo de fe, lealtad y amor a su grada.

Soy madridista, pero me encanta comprobar cómo Luis Aragonés fue el gran mito del Atlético de Madrid, como jugador y entrenador. Dando patadas al balón, empezó siendo un trotamundos cedido por el Real Madrid a varios equipos. Ciegamente, ni se le hizo debutar de blanco. Hasta que, después de tres temporadas en el Betis, acabó recalando en la otra orilla del Manzanares y ahí ya comenzó eso de coserse la rojiblanca en el pecho. Nos dio muchos disgustos a los merengues, pero, visto con perspectiva, así debía ser. Porque los jugadores de época, los raciales a la vez que genios preñados de calidad, deben honrar camisetas de distintos colores, para que sean muchos los aficionados a este maravilloso deporte que es el fútbol. O que era, pues hoy es ya otra cosa. Ahora se habla de marketing, de empresas que son las dueñas del destino de los jugadores de moda, de dictaduras que patrocinan a los equipos más famosos, de giras asiáticas… Y uno, sin haberlo vivido en realidad, añora los días en que los jugadores se tomaban una caña con el periodista de turno nada más acabar el partido, o a Bernabéu prohibiendo comprarse coches de alta gama a los jugadores que empezaban a despuntar.

Todo eso lo transmitió el Sabio de Hortaleza como entrenador. Hablando a sus jugadores de usted, con su voz tronante, socarrón, agarrando de la pechera a los díscolos y en mitad de un partido… En definitiva, motivándoles para ser mejores y ganar, ganar y ganar. Fue un grande en los banquillos, y sí, me gusta que también fuera fiel a su Atleti del alma, acumulando cientos de tardes de euforia y tristeza al otro lado del Manzanares. Y, claro, por supuesto que me llena el que él fuera el padre de la Selección que nos devolvió a lo más alto, ganando al fin la Copa de Europa que se le resistió como rojiblanco ante el Bayern, cuando metió un golazo de falta en la prórroga que se acabó quedando en nada en el último minuto.

Su charla a los jugadores antes de saltar al Ernst Happel de Viena, contra los alemanes que parecían torres insalvables, es ya leyenda viva de nuestra historia. El gol de Torres empezó todo, aunque, en verdad, todo se había iniciado con los penaltis ante Italia, cuando al fin rompimos la maldición de cuartos. Luis Aragonés, queda escrito ya, fue el artífice de todo esto. Él hizo creer a un equipo genial que era realmente bueno. Con él, después de varios sufrimientos previos, estos jugadores rompieron a jugar. Y ahora todos quieren hacerlo como España. Todo eso lo alumbró Luis Aragonés, siendo Vicente del Bosque el mejor continuador posible.

Con la muerte de Luis Aragonés se va el patriarca de nuestro fútbol, el hombre auténtico que, con sus luces y sombras, representaba entrañablemente la pureza salvaje de un tiempo perdido y arrollado por el maldito fútbol moderno. Aunque, como todos sabemos, a un patriarca le sucede otro, pues la manada no puede quedar huérfana. No creo que Zapatones se nos enfade mucho si coronamos como sucesor a Vicente del Bosque, representante de la misma época y valores. Aunque don Vicente represente la otra cara: la de la fidelidad a unos colores desde el señorío. En tiempos de Mourinhos desatados, también me vale esta radicalidad.

¡Hasta siempre, Luis! ¡El segundo Mundial va por ti!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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