Hace diez años, caminaba en el desierto de una noche fría. Lo de que caminaba es un decir, pues iba con mis muletas, tras haber estado un mes en la cama con los dos tobillos estrujados. Era mi cita con la liberación, con la gran farra, con el desquite. Pero estaba hecho un desastre, por fuera y por dentro. Y, sin que ninguno de los dos lo pudiéramos haber ni imaginado, ahí estabas tú. Para ti sí era tu noche, en la que todo era luz y color, sin sombras. Estabas en una celebración muy especial, junto a mucha gente. Pero quisiste compartirla con un tullido al que hiciste de tercera muleta. Esa noche empezó a empezar todo. Un mes después, en una jornada muy loca en Alcalá de Henares, nuestra Alcalá, real y definitivamente empezó todo. Era el 20 de diciembre de 2002..

Una década en la que siempre has estado ahí. Soportando las malaviadas de un tipo realmente difícil de aguantar, razón por la cual un amplio sector de nuestros amigos ha iniciado una causa de canonización en tu nombre. Me lleno la boca hablando de las musas, cuando la única musa eres tú. Aunque, está claro, es muchísimo más difícil rendir tributo a la propia mujer de carne y hueso que a las neumáticas del papel couché. En ellas me va la imaginación. En ti me va el corazón, la vida entera. Ellas son irreales creaciones, paradisiacas ninfas que enamoran los sentidos. Pero tú, solo tú, solo para mí, eres la única que sonríe como sabes sonreír, la que me hace reír con ternura.

Se acerca nuestro décimo aniversario, pero ya el 2 de junio es nuestra otra fecha a recordar y honrar. Hace solo algo más de medio año, este 2 de junio, fue el de nuestra boda. Entonces, no hicimos acción de gracias pública. Nos pudo el sonrojo. Pero, por eso mismo, hoy, que ni es 2 de junio ni 20 de diciembre (aún), que es un día más dentro de nuestra primera década de historia conjunta, no dejaré pasar un segundo más sin dejarlo escrito: gracias. Porque siempre estás ahí.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA