La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

El luto de Estrella Morente frente al fuego de Concha Buika

Plaza de la Maestranza, Sevilla. Es anochecida y no hay luces. Solas, frente a frente, Estrella Morente y Concha Buika. La primera viste luto; la segunda porta una toga blanca. Se miran. Callan. Silencio asfixiante. Hasta que surge el eco de la guitarra. Inicia el combate la hija de Enrique Morente. Cómo no, canta mirando a Granada: “La herida ruge, mas no sangra. Dios quisiera que rompiera en rojo y desembocase allí donde la conciencia olvida y reposa. Así hallaría, al fin, consuelo en la vida, mi hoy violenta esposa”. La negra, los ojos entrecerrados, responde al instante con voz queda: “El camino lo marcas tú. Mi paso no vacila, pues no tiene fin ni huida. Bailo, clamo, reclamo, amo, rabio. El compás es libre, loco, puro y brutal. Lo marco yo. Mi alma y mi desnudo”.

Dicho esto, la flamenca mallorquina parida por un vientre africano, puro fuego, deja caer bajo sus pies la prenda inmaculada. Completamente piel, inicia un frenético baile al son de la guitarra, que se ha tornado febril. Primero, taconea. Tanto, que horada la tierra del albero. Luego, choca las palmas. Tanto, que así cita al toro oculto en la sombra, que sale bravo de chiqueros. Ante la embestida que se avecina, el inicio de la danza anárquica desvía hacia el infinito la cadera de carne y carnaval de la hembra. El minotauro, sin saber cómo, se topa en su carrera ante la mirada fija de la poetisa del luto. Estrella Morente, sin la muleta de su hombre, solo puede responder con más palabras: “La muerte ha venido a mi encuentro. Dos puñales me amenazan, pero sé que esta no es mi hora. Lo sé porque estas espadas son demasiado bellas como para traspasarme el alma. Lo sé porque no estoy en Granada. Y lo sé porque no siento, en este silencio que interpela, a mi padre”.

El toro, que no puede por menos que obedecer ante la creencia firme de una musa, se bate en retirada. Pero no se va, sino que se tumba allí cerca. ¡Cómo abandonar la escena de tan peculiar combate! Concha Buika, desnuda entre la bestia y su oponente, ha concluido su baile sin barreras. Cansada, jadea y apenas se entienden lo que no son sino susurros: “¿Ves, amada mía, cómo merece la pena el gusto por vivir? Has obrado un milagro. Eso no lo pueden hacer sino quienes vagan por este mundo, por mucho que digan los agoreros de la ultratumba. Canta y baila, hasta que no puedas más. Tu padre, el alma de todos los flamencos, también la mía, sonríe si sigues caminando. Aunque no sepas hacia dónde”.

El reloj marca la medianoche. Las doce campanadas caen del cielo en forma de doce truenos. La mujer de blanco acepta la mano tendida de la mujer de negro. Hay armisticio. Reina la paz. Un abrazo, que durará hasta el amanecer, marca un nuevo tiempo. Exista o no camino, o sentido, las dos saben que mañana andarán. Son mujeres y son artistas. La vida es para ellas dos. Y, pase lo que pase, esta mágica noche sevillana siempre será de ellas dos.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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