Y, al tercer día, resucitó.
Fue incomprendido, casi siempre y por casi todos. Fue traicionado, en la última hora, en la más importante, y por algunos de los más importantes. Pero, al tercer día, resucitó.
Sufrió. Sudó sangre, lloró, tuvo miedo. Fue, entonces mucho más, hombre; hombre de verdad, hombre como todos nosotros. Hombre insultado, ridiculizado, ultrajado, flagelado, escupido, maltratado, crucificado. Hombre muerto. Pero, al tercer día, resucitó.
Al tercer día, con una mujer fiel como primer testigo, Dios cumplió con su promesa. El cordero era hombre. El hombre era Dios. Era Dios muerto por amor. Era Dios muerto por amor al hombre.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA