La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

El universo golfo en un autobús de madrugada

Esto jamás lo experimentarán el conjunto de los mortales que van en coche hasta a comprar el pan. Por el contrario, sólo podemos degustarlo los desgraciados que ni siquiera tenemos carnet de conducir. A ellos, a nosotros, os cuento una historia que ocurre, ahora mismo, en esta golfa madrugada (aunque cuando escribo son las siete de la tarde), en un autobús que conecta una capital con un pueblo vecino. En el trayecto, de apenas media hora, ocurren muchas cosas:

Como que el conductor, igual de borde que el resto de compañeros que conforman su empresa de autobuses (que alguien catalogó, una vez, como la peor raza de la humanidad), no devuelva ni un saludo de los que entran. Con la excepción de una tetona rubiesca, a la que obsequia, con el palillo entre los dientes y los pelajos del bigote, con un “buenas noches, señorita”. Ésta sonríe y se sienta tras él, en la primera fila. A su lado, un malote mira una y otra vez el vídeo que ha grabado con sus colegas esta noche: en él, queman un contenedor y mean los cartones en los que duerme un sin techo. Descojonándose, llena su orgullo subiendo el volumen del móvil, para que sean más los que se hacen partícipes de su “gesta”. La rubia de pechos generosos pasa de él.

Solo un par de filas más allá, dos gamberros, turnándose la litrona, compiten para ver quién se tira el eructo más grande. En el fondo, quieren provocar la regañina de algún puritano y la posterior bronca, pero nadie les dice nada. Lo cual no quiere decir que no obtengan respuesta. Esta llega en forma de venganza silenciosa: como quien no quiere la cosa, el abuelo que se sienta detrás suyo suelta un gas fétido que tiene la habilidad de dirigirse únicamente a las fosas nasales de los dos gamberros y el malote del video macarra. Los tres echan la pota, carentes de bolsas, en sus propios pantalones. La odalisca de la primera fila, que sigue fiel al conductor, no se percibe de nada. Está ensimismada.

En este autobús nocturno, la fila de los mancos no es la última, sino la octava derecha. Allí, dos desconocidos, dejándose llevar por el morbo y la borrachera, hurgan en los “bajos” del vecino. La falda sube y el pantalón baja. No hacen falta palabras ni presentaciones. El silencio es interrumpido cada cierto tiempo por algún tímido jadeo, que cada vez es menos tímido y más estentóreo. Hasta tal punto llega el masaje común que Miguel, situado en la décima fila, se ve obligado a interrumpir su lectura de la última de Eduardo Mendoza. Al buscar con la mirada el centro emisor de los jadeos, encuentra, casualmente, la de Silvia, ataviada con un manuscrito de Epicuro copiado en la Escuela de Toledo. Sin espacio, tampoco ellos, para palabras o presentaciones, ambos se levantan de sus respectivos asientos e inician, en medio del pasillo, el baile de un ajustado tango.

El conductor se dispone a la bronca, pero el dedo índice de la jamona fiel se posa sobre sus labios. A continuación, ésta se cierne sobre su oreja y le susurra palabras por las que implora su silencio. Percibidos de tan sensual escena, los dueños de la octava fila derecha aceleran el ritmo. No tarda en llegar el clímax: reciben el producto del amor romántico los dos gamberros y el malote. A la pota ya pueden sumar otros fluidos, aunque ajenos.

El abuelo lo celebra con otro pedo. Éste, muy ruidoso y nada oloroso, pues es por causa de homenaje y fiesta. El resto del pasaje, ajeno a todo por ir sobando la mona, despierta al instante. No perciben los restos de olores y fluidos: solo tienen ojos para Miguel y Silvia, que concluyen su danza de hechizo con un beso de pasión. Una salva de aplausos estalla radiante. Los “vivas” son para Mendoza y Epicuro.

Emocionado por una vez en su vida, el conductor, perteneciente a la peor raza de la humanidad, sonríe. El palillo se le cae, pero lo hace sobre el escote de la sensualidad, cuya dueña se ha situado a horcajadas sobre sus piernas. La musa, exhibicionista de tan bella escultura, también alarga sus labios. Lo hace horizontalmente, para dejar caer una carcajada fresca y pura. Y verticalmente, en busca de la boca de su nuevo hombre. Un hombre nuevo a partir de esta noche. Mañana amanecerá sin bigote, con los cojones descargados y el corazón repleto de ilusión. A partir de ahora, lo ha decidido, saludará a todos los pasajeros.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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