La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

El Evangelio según San Unamuno

No estoy de acuerdo con la visión de Unamuno como un autor agnóstico, angustiado porque quería creer pero no podía. No, Unamuno fue mucho más. Y, sin duda, fue un autor cristiano… aunque a su modo. Como no podía ser menos en una personalidad tan fuertemente libre.

Unamuno, un poliedro con muchas caras, atravesó distintas fases. Tras su inicial cristianismo de inmutabilidad por herencia directa de su familia y entorno más cercano, acabó distanciándose de lo religioso. Ésa, en plena juventud, fue la única época de su vida en que no fue cristiano. Pero, a partir de la catarsis de su “noche oscura” de 1897 (que siempre recordaría con pavor y angustia), ya no hubo sino un Unamuno espiritual. Lo que se reflejó en toda su obra: en sus novelas, en sus cuentos, en sus ensayos, en sus poesías…

Por supuesto, lo fue a su modo. Eligió la agonía, la crisis. Escogió atravesar un camino por el cual ir perdiendo las entrañas mientras andaba: cuestionándose todo, principalmente a sí mismo. Desde la contradicción, apelaba al intelecto a la vez que se refugiaba en la irracionalidad. Es decir, él mismo “pensaba” constantemente la fe, mientras que sus personajes más cercanos a Dios eran los que apelaban a su instinto, a su herencia natural. Unamuno concebía el mundo como un todo espiritual. Y, como tal, buscaba su esencia en lo más íntimo: en el arte y la poesía, en vez de en la ciencia o la filosofía. Esto, cuando él siempre siguió el método científico de la duda constante y el discurrir más profundo.

Unamuno, el mismo que necesitaba huir del mundo para perderse en el silencio de las capillas perdidas y la eternidad de la naturaleza pura, no cesaba de buscar concienciar a todos los seres humanos de su generación, empezando por su tragicómica España. Quien tantas veces recorriera el país ofreciendo sus famosos “sermones laicos” (llamando a una fe de corazón, limpia y pura, alejada de dogmas innecesarios), a la vez, era criticado por altos representantes de la Iglesia a causa de su heterodoxia. No pocas fueron sus polémicas con obispos y “jesuitas” (genérico en el que englobaba a los ultramontanos y fariseos, que exigían lo externo mientras olvidaban cultivar lo interno). Él, modélico padre de familia (ocho hijos con la única mujer de su vida, “su” Concha) y con el crucifijo siempre a cuestas bajo su chaqueta de rabino, tantas veces acusado de “hereje”. Todo por no mostrarse como católico “oficial”, sino cristiano “íntimo”.

Unamuno, ante todo, veía en Dios el ansia de eternidad que le quemaba el pecho. Y aquí, una vez más, la contradicción, mediante la pregunta que más le hacía perder entrañas al caminar: ¿es compatible la salvación del alma anónima con la perduración del nombre en la fama inmortal tras el morir del cuerpo? En su obra, esto es una constante. Parecía verse en la obligación de decidir entre una y otra. Sin duda, la fama la consiguió, aunque no siempre se le haga justa memoria (hoy, del pensamiento de Unamuno, apenas se conoce nada, cuando podría ser referente en tantas cosas para este difícil tiempo). Pero, ¿vive hoy el maestro, 75 años después de cerrar los ojos?

Estoy seguro de que así es, de ahí que no me considere un provocador al llamarle San Unamuno. Lo consiguió; alcanzó la inmortalidad del nombre y del hombre. Y lo hizo al enseñarnos un método: toda su obra es un vaciamiento del espíritu, una muestra descarnada de su conciencia. Como su San Manuel Bueno, mártir, a él no le hizo falta recitar los versos de la resurrección. Los creyera o no auténticamente, se los grabó a sangre y fuego a un país tan complejo como él. Quien gritara “¡Muera Don Quijote!” en tiempos de descreencia y vacío, para después, convencido al fin de que el propio personaje “inventó” a Cervantes para que éste le creara como modelo de sacrificio por lo justo (aún en el error de la irracionalidad o la locura), murió sin duda luchando hasta el final. Con un único objetivo: contradecirse para llegar a donde siempre quiso llegar. A Dios. A la vida que nunca se apaga.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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