La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

La democracia es un fin en sí misma

Algo aburrido ya de responder a la pregunta que algún amigo me lanza en los debates políticos sobre si la democracia es un medio o un fin en sí misma, reitero mi opinión: sí, la democracia es un fin en sí misma. Y lo voy a explicar con todas las fuerzas y argumentos de los que sea capaz, para no volver siempre a lo mismo.

Creo en la democracia porque creo en el hombre. Mi visión humana es positiva. Creo en la dignidad de todas las personas y en su derecho a articular la convivencia social de acuerdo al bien común. ¿Cómo asegurar ese bien común? Pues a través del consenso, de un contrato social. ¿Y cómo se desarrolla éste? A través de un sistema abierto, con libertad de expresión y sufragio universal. Creo en el hombre como un ser independiente y libre. Creo en el ciudadano. Y creo en el ciudadano emancipado, protagonista de su propio desarrollo.

Creo en la democracia como sistema ideal porque es el único en el que los conceptos de los que hablo (ciudadanía, independencia, consenso, libertad, protagonismo) cobran sentido. Todo lo que no sea democracia equivale a autoritarismo, que puede ser mayor o menor según sea el grado de pérdida de esas libertades que pervierten el propio sentido de ciudadanía. No creo en el hombre como un esclavo o un menor de edad.

Insisto en esto con tanta fuerza porque, a lo largo de la Historia, la democracia, la verdadera democracia, ha sido más una excepción que un hábito. Hoy mismo, en todo el mundo, muchos regímenes (del signo que sean) se legitiman a sí mismos por su defensa de que es preferible la pérdida de la decisión ciudadana con tal de que haya una garantía de que el sistema de pensamiento que caracteriza a ese Estado ya vigile por la “salud” del bien común. El comunismo, el fascismo o el nacionalcatolicismo, por poner un último ejemplo que nos concierne a los españoles y que no es tan lejano, pervivieron porque, supuestamente, eran los garantes de unos valores ideales que convenían a una mayoría social. Sencillamente, creo que esto es una perversión.

Yo no creo en eso. Soy católico y jamás aceptaría vivir en un Estado se definiera como confesional y en el que no estuviera garantizada la democracia en toda su pureza. Como creo que es un imposible un Estado en el que el consenso ciudadano apostara por esa confesionalidad como bien común para todos, prefiero una democracia sin etiquetas y en la que cada cual se dicte su propia conciencia.

A quienes me cuestionan con la defensa de que la democracia es un medio y no un fin en sí misma, como se da la circunstancia de que también son católicos, les pregunto: ¿aceptaríais vivir en una dictadura que se calificara como católica? Yo lo tengo claro. Soy católico. Y creo en un Dios que nos ha hecho libres a todos los hombres.

El libre arbitrio, la democracia, es mi ideología más profunda.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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