La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Corpus Christi, el alma de Toledo

Muchos amigos me recuerdan con sorna una frase que dije asomándome a la noche de Jerusalén, desde una ventana que me acercaba un poco más al cielo de lo que ya lo estaba: “Jerusalén huele a fe”. La coña viene porque, solo un segundo después de pronunciar esas palabras con tono susurrante y el rostro impregnado de beatitud, me lancé a alabar a grito alzado los alucinantes atributos hembriles de la dependienta del hotel… Soy así, cambiante al instante y apasionado en todo, ya sea celeste o carnal, blanco o negro. Contradictorio siempre. Tronadas las entendederas.

Ayer, en Toledo, también volví a sentir que una ciudad entera rezumaba fe por sus entrañas. Había estado varias veces en la Ciudad Imperial. Pero esta vez la veía completamente diferente. Era, sin ninguna duda, otra ciudad. De ahí la magia, el encantamiento. Porque fue sueño ver avanzar a Dios sacramentado rodeado por la turba que aplaudía a rabiar, saludado por los estallidos de pólvora en el cielo soleado. El Cuerpo de Cristo subía afanosamente las cuestas de las callejuelas alocadas, acariciado con los pétalos de rosas rojas que caían de los balcones, sonreído por las campanillas de los ventanucos.

Todas las casas con sus mejores galas: banderolas y estandartes, tapices y mantones de manila, guirnaldas y ramos de flores, luces blancas en faroles relucientes. La sensación de abultamiento, espesura y horror vacui era absoluta. Acaparaba, absorbía, absolutizaba miradas y olfatos. Todo era crisol de colores alegres y olor de tomillo. E incienso, neblina celestial. Para un amante de lo antiguo, como es mi caso, que nací en la época equivocada (demasiado presente absorbido por el futuro inminente), la evidencia del poso y el añejo de la santa tradición era bocanada de aire deliciosamente viciado por lo retratado en sepia decadente. Me gustó la misa en rito hispano-mozárabe, me hicieron sonreír los pelucones de siglos pasados, me emocionaron los bastonazos que hacían temblar el suelo de la catedral primada anunciando los instrumentos del homenaje. No en vano, el paso de la custodia con la Hostia consagrada fue anticipado por procesión de togas y blasones, anunciado en su salida a la calle con el hieratismo de los militares y acompañado con el estruendo del himno nacional.

Toledo mostró en jueves de tradición el alma de su amor profundo por el Dios del Amor que murió como un perro apaleado. A diferencia de los fastos religiosos en otras ciudades, en Toledo solo vi respeto en los turistas y emoción sincera en los fieles. Sin máscaras ni imposturas.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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