La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

La felicidad también es escapar de la agonía

Ayer, cuando acabó el partido ante el Valencia en la Caja Mágica y era una realidad que el Real Madrid se había clasificado para la Final Four de Barcelona, sentí una felicidad que me recordó a los cercanos “orgasmos” por la Eurocopa y el Mundial de fútbol conquistados por España. Estos los viví como la culminación de mi “carrera deportiva”. La misma noche de la final del Mundial (ese inolvidable 11 de julio…) tuve la certeza de que jamás tendría unas sensaciones parecidas. Había tocado techo. Nunca nada sería igual. Puede parecer increíble, pero encontraba un cierto vacío, una especie de melancolía… Supongo que la que se tiene cuando ya no hay sueños imposibles, precisamente, porque estos se han alcanzado. Me equivocaba: lo de ayer fue parecido.

Más de uno pensará que eso es una tontería. Al fin y al cabo, el Madrid no ha ganado nada. No es un título. De hecho, ni siquiera es una final, sino una semifinal con posibilidad de final. Y no somos favoritos. Ni mucho menos. Pero…, pero ha supuesto arrancarse un pesado fardo, escapar de un afilado y duro grillete, arrearle un manotazo a una mosca cojonera que nos recordaba cada temporada que el Real Madrid de baloncesto fue mucho y hoy es un segundón, un viejo decadente y frustrado. Han sido 15 años sin llegar a una Final Four. Un año antes se había ganado la Copa de Europa. Fue en Zaragoza, ante el Olympiakos.

Lo recuerdo perfectamente: era el Madrid de los Antúnez, Santos, Lasa, Cargol, Antonio Martín, Biriukov, García Coll, Kurtinaitis, Abad… y los mitos Arlauckas (mi ídolo) y Sabonis (el más grande). Tenía 12 años. Era Jueves Santo o Viernes Santo. Salí disparado de la procesión de mi pueblo y me enclaustré en casa de mis abuelos paternos. Al lado de la estufa. Con el olorcillo de la tortilla de patatas que salía de la cocina. Al día siguiente me compré el Marca y el As. Aún los conservo. Cuento mi “batallita” nostálgica porque sólo así se puede entender lo que volver a la élite (se gane o no) supone para un aficionado al Madrid de baloncesto. Entonces era un niño. Y no sentía angustia. Pero ahora sé que esa victoria también suponía un retorno histórico, un quitarse de encima malditos fantasmas: también llevábamos otros quince años sin ganar la Copa de Europa (1980, Berlín). Ya ese Madrid mítico para mí era un escapar del desierto, de la decadencia. Sólo fue un espejismo. Nos ha esperado otra década y media de angustia.

Sí, angustia, porque los aficionados cada vez tenemos más la sensación de que la sección puede desaparecer. No somos tantos los madridistas de las canastas… Y desde el club se mantiene sólo para evitar la sensación de asesinar lo que fue un pasado de éxito y orgullo. Pero no les es rentable. Y en estos tiempos… Necesitábamos ganar. Volver a estar ahí en Europa, entre los grandes. Ganemos luego o no. Pero ya nos hemos liberado de la primera bola de metal anclada al pie.

Y costó, vaya si costó. El ambiente era de tensión, no de alegría. De esperanza temblorosa. El equipo sentía lo mismo. Descontrol, fallos, caos. Los jugadores estaban perdidos. Fuimos perdiendo de 9, de 10. Se nos iba el sueño. Si aguantábamos era a base de casta, de asomar la cabeza cuando el agua nos hundía y atrapaba hacia su fondo. Fue angustioso. Sin saber cómo, llegamos sólo dos abajo al descanso. Estábamos tocados, pero no hundidos. El tercer cuarto fue el zarpazo, el escaparnos por seis y ocho puntos. Vivíamos. El último cuarto, con el corazón forzado al límite, con el rostro pálido, pidiendo esa sangre que negaba el corazón ahogado, fue una asfixia lenta. Todos fallaban. Nadie metía una canasta (el Valencia apenas metió 7 puntos…, por 8 nuestros). Y así fueron pasando los segundos…, los minutos. Hasta que acabó. Gritamos, rugimos, nos empujamos, saltamos. Respiramos. Lloramos.

Muchos no lo entenderán. No, no pienso que el deporte sea lo más importante de mi vida. No lo es en absoluto. Pero sí siento como muy mías ciertas cosas. Entre ellas, mi equipo. Y sufro como un cabrón, disfrutando al máximo las victorias… porque sufro una enormidad las derrotas. Ayer escapamos de una que podía haber sido histórica: nos podía haber supuesto el abrir la zanja para un no lejano funeral. Escapamos. Fue agónico. Y por eso fue una felicidad equiparable a la Eurocopa y al Mundial de España o las Copas de Europa del Madrid de fútbol.

Y ahora, ¡a luchar! ¡A volver de verdad¡ ¡A dejarnos el alma por ser, una vez más, campeones de Europa! Y en Barcelona… Porque ¡nos vamos a Barcelona, a Barcelona, nos vamos a Barcelona…!

¡Hala Madrid!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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