La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Lloro en mi tradicional cena con las ánimas

Ya es tradición. En 2007 y en 2009 tuve el inmenso honor de ser el único ser palpitante en la cena que El Cielo Azul S. L. (Sociedad Limitada-a los Muertos) organiza para los más sobresalientes entes humanos que dejan de respirar (que no de sentir) en el año pertinente. Desconozco el motivo de tal privilegio, pero no pongo reparos a la hora de poder sumergirme en un instante mágico.

31 de diciembre de 2010. Despierto y ya es de noche. La cita es en un lugar menos acogedor que en las anteriores ediciones. No es una casa. Sopla el viento, refresca la niebla escarchada y comienza a llover ligeramente. Por lo que recibo con mucho gusto el paraguas que me ofrece Ángel Cristo. Muy amable, a la vez que me da la bienvenida, me invita a que me siente y me ponga cómodo… en la boca de uno de sus leones. Al ir algo beodo (en el mundo real es el amanecer de Año Nuevo), no lo dudo un instante y me siento con la cabeza por delante, haciendo el pino. Allí, en lo profundo, escucho la última lección magistral de Manuel Fernández Álvarez, que versa sobre el carácter austero y germánico de “su” Felipe II.

También allí, junto al gaznate del Rey Animal, mantengo la acústica perfecta para escuchar el duelo actoril entre Tony Curtis, Paco Marsó y Antonio Ozores. El primero hace de Don Juan tenorio, el segundo de Don Quijote y el tercero de Rocinante. “Obviamente, el vencedor es Ozores y su circunloquio cosido a base de relinchos y requiebros del habla”, decreta con voz viril el presentador del acto, Jordi Estadella. Al no ser hombre de grandes discursos, el vencedor cede la palabra a Manuel Alexandre, quien proclama con su timbre entrañable: “Ya saben que lo mío es ser un secundario. Pero no olviden mi cara y mi voz: fue y es la de un españolito que, siendo normal y por ser normal, ganó el papel de protagonista en sus corazones”. “¡¡¡Amén!!!”, grita eufórico Luis García Berlanga, el director del sainete.

Los aplausos del público me hacen salir, tras salto mortal y voltereta inmortal, de las fauces acolmilladas. Ante mis ojos se produce otro combate brutal: Juan Carlos Arteche y Luis Molowny se regatean mutuamente, a la vez que hacen paredes entre sí con una vieja pelota de trapo. La asistencia de lujo del mito atlético culmina con la acrobática chilena del ‘Mangas’. El golazo del madridista es celebrado por un culé: Juan Antonio Samaranch. Éste, desde que Iniesta nos llevara a culminar nuestra vida deportiva, canta las epopeyas de los rojigualdas allá por los cielos. Hasta el escriba Salinger, otrora encerrado en su castillo claustrofóbico, se ha enterado de las glorias hispánicas. Y es tal su dicha que incluso no duda en permitir ser entrevistado por el último en llegar: Luis Mariñas.

Concluido el coloquio, el periodista, entristecido de que en su país sea sustituido un noticiero 24 horas por un retrete 24 horas, comenta su esceptimismo sobre la hora actual con José Antonio Labordeta. El hombre sin etiquetas ni complejos, anima la noche con la necesaria estridencia: “¡En España faltan cojones y libertad y sobran medidores de audiencia y de indecencia!”. Al sentir que llaman a la revolución de la conciencia, Marcelino Camacho, el último sindicalista, pega un golpe en la mesa… y susurra con calidez unos versos de Neruda. Espoleado ante tal toque de corneta, José Saramago declama discursos inflamados sobre la cuestión social. Miguel Delibes, pausado sólo en su beatífico rostro, toma el testigo y, al compás de un beso entre la tinta y el papel, pone en solfa a los politicastros de turno.

La tensión es tal que los gritos ahogan las ráfagas dialécticas. Hasta que, en medio del caos, estalla la voz de Enrique Morente: “Señores, no se dan cuenta de que el principal problema, más allá de la crisis, es que el machismo asoma hasta en la muerte. ¿No les parece extraño que todos los finados homenajeados en esta cita tengamos calzones y pelos en las barbas? ¡Ni una mujer! ¿Dios quiere que pasemos la última noche de “nuestro” año sin la presencia de un ángel femenino? ¡Válgame!”.

Tras unos segundos de silencio cortante, interpelado el Hacedor del Mundo, el viento y la lluvia cesan al instante. Entonces, de la nada, surge la mujer más bella de la historia de la humanidad: Audrey Hepburn. En el regalo que culminará los sueños de vivos y muertos, el resplandor de la musa de las musas ilumina el lugar en el que nos encontramos: el cementerio de Orihuela, alrededor de la lápida de Ramón Sijé. Un chorro de voz, que resuena en un castellano aflamencado, acompaña a sus dulces y finísimos dedos, que rasgan las cuerdas de una guitarra de madera de ciprés.

En ese momento, cuando La Mujer pone color y calor a las lágrimas escritas por Miguel Hernández, en la elegía más íntima jamás sentida, no puedo evitarlo. Lloro, lloro, lloro…

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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