La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Y el mundo no se paró ante el arte de Juan Mora

Concluye aquí mi experimento, más que sociológico, experiencial del alma humana. Han transcurrido 79 horas desde lo que parecía que era un antes y un después… y no ha pasado nada: todo sigue igual.

Llevo la mirada a un pasado muy reciente. Sábado 2 de octubre. Rondan las seis de la tarde. Madrid. Plaza de las Ventas. Tercera de la Feria de Otoño. Torean Juan Mora, Curro Díaz y Morenito de Aranda. Con el primero de los Torrealta llegó el milagro. En un abrir y cerrar de ojos, el trencilla extremeño, instalado en los 46 años, hipnotizó a las miles de personas que circundábamos el albero. Con un torero con sabor a décadas pasadas (que yo, claro, a mis 28, no he presenciado en directo), deslizó la muleta, ni más ni menos, que como establecen los cánones: zapatillas juntas y enclavadas en la arena; los brazos desplegados con naturalidad, cercanos al cuerpo y sin forzar la postura; quietud en la pose, hieratismo en el rostro; y la suave tela roja, despacio, despacio, con dulzura y firmeza. Como Dios manda.

Todo esto fue grande, pero no hubiera pasado de satisfacción si no hubiera sido por lo que estaba por venir: dos últimas tandas de naturales sencillamente hiperbólicos. Temple, temple, temple… Belleza, armonía, arte. Y así, culminado lo que parecía un mínimo impasse hasta acometer otro combate, sin dar tiempo a nada, Don Juan Mora, quien siempre lleva su arma de muerte y plata desde el inicio de la faena, se cuadró y clavó un espadazo hasta la bola. El impacto fue brutal. Por inesperado. Por grandioso. El toro cayó sin dar tregua a la duda, siendo él el primero en rendir pleitesía a la obra creada. Un mar de pañuelos enfervorecidos clamó por los dos trofeos. El presidente no hizo objeción de verdad y dio inicio a una vuelta al ruedo más que emotiva: el hijo del torero, un chaval entusiasta, protagonizó la escena, sosteniendo las dos orejas a lo largo de la circunferencia de la felicidad.

El resto de la tarde confirmó lo que fue único. Curro Díaz, en su segundo, sacó petróleo de su denodada lucha contra los elementos. A un animal que no tenía nada, le sacó varias gotas de arte. Y la tauromaquia es sapiencia de fogonazos y esencias más que de cantidades. Se llevó la oreja. Morenito de Aranda, también en el último del lote, rozó lo sublime. En un faenón de altura, tenía los dos apéndices en su mano. La mala estocada, bajonazo no intencionado, lo dejó en uno. Fue oreja de ley.

¿Y Don Juan Mora? Pese a que a su siguiente morlaco no pudo sacarle la misma torería, evidenció, y de un modo sobrado, que lo anterior no fue casual: se repitieron los muletazos eternos, los naturales de paraíso. Otra vuelta al ruedo, otra oreja, sentenciaron la mejor corrida que uno, en varios años y en más de un centenar de ocasiones, ha tenido la suerte de presenciar. He visto cosas enormes al Cid, Castella, Morante… Pero tauromaquia con esencia de añejo, tal vez, tal vez, la de la última corrida de Esplá en Madrid, en la Feria del Aniversario que siguió a la isidrada del año pasado. Entonces, como el sábado, sentí algo único: en ese instante, mientras tamaña obra de arte se originaba en vivo, de un modo cambiante e insospechado, el mundo tenía, obligatoriamente, que permanecer parado.

Tres días después he comprobado que no ha sido así. Pero jamás olvidaré la escena que contemplé ante la Puerta Grande. Mientras la locura y el éxtasis marcaban el oropel del sacado en hombros, lo que adiviné como sus familiares, lloraban y se abrazaban emocionadamente entre sí. Ver esto cuando tu torero ronda ya la cincuentena ha de ser, como bien dijo Don Juan Mora, “un milagro”. En medio de la excitación, me gustó pensar que el artista, imbuido ya en el poso de su furgoneta cerrada, mientras ésta aceleraba hacia la ducha del hotel, veía a los suyos, los que estarán mañana como estuvieron ayer, y les sonreía con humildad y sencillez. El mundo no pararía, pero no imagino un fin de episodio más feliz.

PD. Si quieres gozar, pincha aquí.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Lo más leído