La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Miguel Hernández apura su pinta en la noche de Dublín. Brinda por Saramago

Miguel Hernández apura su pinta en la noche de Dublín. Acurrucado en la esquina más oscura del Gogarty, la mítica taberna yellow anclada en The Temple Bar, el barrio crápula, devora con avidez las páginas del Times. Dos noticias, activadas en la portada digital del gacetón, llaman especialmente su atención. La primera acusa a Sara Carbonero, esa musa, de haber jodido el debut español en el Mundial distrayendo a su Casillas. “Vaya sopla gaitas están hechos estos periodistillas”, musita para el cuello de su camisola, recordando los tiempos en que compaginaba pluma y fusil en sus días de miliciano-cronista mientras España se mataba entre sí. Fuma un cigarro francés. La segunda noticia es la que le cambia la cara: “Ha muerto Saramago”. Pálido, con los labios sellados, perdida la mirada en el horizonte del garito, coincidiendo con las tetas de una odalisca rubia que se hincha de chupitos. Concluido el ritual habitual entre poetas muertos, brinda con su jarra al frente. “Nos vemos, compañero”.

Tres segundo después, decide que se está meando. Tambaleándose por la escalera, llega hasta la planta baja, donde están los orinaderos. Terminada la tarea, subida la bragueta, hace ademán de lavarse las manos. No lo consigue. Un negro de casi dos metros, musculado e imperativo, le frena en seco. A continuación le pide que extienda las manos. Le echa jabón y abre el grifo. Ni siquiera le deja coger papel para secarse. Es la propia roca del ébano quien se lo da. No llega a secarle las manos. Este servicio supera al de las mujeres que cosen pañitos en los meaderos cañís de Las Ventas. Se merece una propinilla.

Cinco minutos después (cuesta más subir escalones que bajarlos cuando se va castaña), el poeta oriolano llega hasta la segunda planta. Los violines y las guitarras ya no cantan, como siempre, a Molly Malone, la puta que vendía pescado en las mañanas de mercado. Impera el silencio. “Hoy nos vienen con modernezes”, suelta un golfo encabritado. Así es: tocan los Rage Against the Machine. En realidad, berrean en el Rock in Rio de Arganda, Madriles. Pero la tele, en pantalla grande, retransmite el acontecimiento. Don Miguel atiende con atención cuando la imagen destila el sudor de una multitud que arroja cervezas al aire y baila pegando puñetazos y empujones al de al lado. Un toque de sirena, eléctrico, ha iniciado el concierto, abriendo paso a la elevación de una grandísima estrella roja. Sin embargo, lo que más llama la atención al poeta comunista es cuando, en un momento dado, el escenario cede paso al sonido brutal de La Internacional. Pese a lo esperado, quien fue viento del pueblo, se indigna al ver una multitud de chavales uniformados, puño en alto y con gesto solemne, cuasi prestos a empuñar el fusil y matar a un fascista: “No me jodas… Un panda de pijales, en un festival capitalista patrocinado por Burguer King y Coronita, creyéndose el Comandante Carlos. ¡Si al menos supieran de qué va lo que pretenden homenajear!”.

Este último comentario es gritado en voz alta por quien inmortalizara la nana desesperada a su hijo. Los lugareños, acostumbrados a ver en él una sombra silenciosa acurrucada en la esquina de la taberna, sacan a relucir su solidaridad. Y comparten con él la indignación. Tres segundos después, la pantalla ha sido destrozada a base de botellazos y cerveza fría. Miguel Hernández es sacado a hombros al raso de la noche. En el bar suenan fados en honor a Saramago. La silla del poeta, casi oculta, es ahora ocupada por el negro que lava las manos de los que mean. Recupera el periódico. Desarruga la portada. Su gesto nostálgico e incrédulo es pronto sustituido por el escape de la lujuria: “Who is Sara Carbonero? ¡Coño, qué tía!.

PD. La historia del servicio, como las demás, está basada en anécdotas reales y recientes para mí. No tiene nada que ver con asimilar una raza a una acción de servidumbre. Que nadie vea ahí nada despectivo o racista, por favor.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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