La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Malditos poetas comunistas. Miguel Hernández

Malditos poetas comunistas. Algo así es lo que muchos, hoy en día, parece que ofrecen como única respuesta ante los nombres de Mario Benedetti, Pablo Neruda, Rafael Alberti o Miguel Hernández. Como si lo único que valiera la pena destacar de ellos fuera su militancia política… Voy a centrarme en el último. Gracias a la celebración este año del centenario de su nacimiento (parece que hay que buscar excusas para aventurarte en las letras de ciertos genios), estoy descubriendo la vida (excelente la biografía de José Luis Ferris) y la obra del poeta de Orihuela, que murió en 1941, en la cárcel de Alicante, enfermo de tuberculosis. Dejó mujer e hijo. Miliciano en la guerra, tras el triunfo franquista, acabó dando la vida por sus ideas. Algo que respeto mucho, siempre, sean éstas las que sean.

Aunque parece que muchos son incapaces de ver más allá. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Juan Martín Díaz, colaborador de Religión en Libertad. En la sección de Historia, escribe un artículo titulado ‘Miguel Hernández: centenario de un poeta políticamente incorrecto’. Con una ceguera interpretativa considerable, su único afán es demostrar que el oriolano fue un “comunista homófobo”. Y para ello cita versos en los que éste califica como “mariconazos” a Gil Robles, Hitler o Mussolini. Luego, para “evidenciar” que era un autor mediocre, recoge versos como éste, dedicado al líder de la CEDA: “Al Gil, gili, gilipo, gilipolla, / campana sin metal y sin badajo, / mando un millón de veces al carajo, / pues tanto pus episcopal apoya”. Rebuscando, rebuscando, uno encuentra vísceras y miseria. Enhorabuena, lo ha conseguido.

Que le aproveche al bueno de Juan Martín Díaz. Yo, sin ser un estudioso de Hernández, leyendo alguna de sus grandes obras poéticas, como ‘El silbo vulnerado’, ‘El rayo que no cesa’, ‘Viento del pueblo’ o ‘El hombre acecha’, he descubierto un conjunto de pulsiones que, expresadas con una belleza absoluta, reflejan el amor a la vida de un auténtico apasionado por todo lo que gira a su alrededor. El poeta fue un hombre complejo. Evolucionó. Desde el catolicismo, influido por el aura de Ramón Sijé, hasta el comunismo, marcado por el ambiente que encontró en su lucha por ser artista en el Madrid republicano. Claro que tuvo excesos. Claro que contenía rabia contra las clases poderosas o la Iglesia. Pero es que todo estuvo marcado por el discurrir de la experienca vital de quien sentía a flor de piel. Su obra no es la de un teórico. Es la de un sumergido en las entrañas de la vida y las gentes sencillas.

Por ellas luchó. A diferencia de otros intelectuales “antifascistas”, él empuñó las armas y marchó junto al Campesino o al Comandante Carlos. Él supo lo que era el drama de un desgarro fraterno. Como todos los soldados que se machacaron en la maldita Guerra Civil, “rojos y azules”. De ahí que entienda perfectamente el odio que destilan muchas de sus crónicas periodísticas del frente, por ejemplo. Luchó contra una idea. Esa idea se impuso y a él le costó la vida. Por supuesto que no comparto mucho de lo que expresa. No me gustan sus blasfemias, ni que dijera que “la sangre de los fascistas será el mejor abono para nuestras tierras”. Pero lo entiendo en el brutal contexto de los años 30, los peores de nuestra Historia reciente.

Lo que me duele es que hoy nos rasguemos las vestiduras por ello y cataloguemos de “comunista”, sin más, la obra poética de un gigante de nuestra literatura. Miguel Hernández ha de ser orgullo para todos. Es patrimonio de nuestra cultura, sea cual sea su matriz ideológica. Y quien sólo apunte sus excesos, se pierde al autor de estas palabras dedicadas a la compañera de nuestros días: “No es una mujer: es una corteza que se apoya en unos pies duros, que suben por un vientre donde los partos dejan huellas de torrente, que se derriba en unos pechos sin lozanía, cabizbajos desde la adolescencia, marchitos y requemados desde que comenzaran a ser pechos”. Porque Miguel Hernández fue, ante todo, un poeta enamorado. Enamorado de la vida.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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