Sucede a veces que descubres realmente a un autor cuando se muere. Algo así me ha pasado con Mario Benedetti, muerto hace unos meses. Para mí era el típico tótem de la escritura al que, por las razones que sean, vas dejando para otra ocasión. Hasta que al fin, un día cualquiera, abres sus páginas repletas de emociones y te quedas absorto, hechizado. Comencé con ‘El buzón del tiempo’, un conglomerado de relatos sencillamente apasionantes. Emotivos, sencillos, colosales. Luego llegué a ‘La tregua’, la novela que narra el estremecedor intento de un hombre en cuesta abajo que, sin saber cómo, se planta ante su última oportunidad para amar y ser feliz. Y ahora, ‘Vivir adrede’, la prosa poética que trasluce reflexiones profundas con la sensibilidad a flor de piel. No podía dejar de compartirlo con vosotros; para los que lo conocéis y los que no. Hace unas semanas, una noche, con las olas del mar de fondo, leí en este último libro los cuatro párrafos más bellos de toda mi vida. Son los que conforman su escrito ‘Pérdidas’. Para mí, son la Literatura, con mayúsculas. Así es como el gran Mario Benedetti emula sus pérdidas:
“El pasado es una colección de silencios, pero hay partículas calladas, irrecuperables provincias de mutismo, albas y crepúsculos que quedaron ocultos, más allá de ese horizonte tan poco hospitalario; tallos que nunca más se expandirán en rosas, oscuras golondrinas que se aclararán en uno que otro vuelo.
Lo perdido tuvo color pero ahora es incoloro. Los latidos del gastado corazón invaden nuestra noche, pero el insomnio actual tiene otra partitura. Lo perdido es también un par o dos de labios que probaron el sabor de los míos, y que ahora tan sólo puedo besar en mi memoria.
Lo perdido es la luna redonda que yo hacía ovalada en mi retina y el firmamento con estrellas que ahora es apenas un cielo raso azul.
Todo se va borrando, todo pasa a ser sombra y vacío. Y el obligado acabose no nos ayuda a hallarlo”.
Amén.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA