La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

De los ángeles uno nunca se despide

Una vez en casa, viendo fotos, recordando momentos, soy cada vez más consciente de que no he vuelto de un viaje. He regresado de sentir una experiencia vital de las que dejan huella. No tengo el gusto de conocer al que debe ser mi ángel de la guarda, allá donde la vista no alcanza. Sin embargo, ya he conocido a los ángeles que durante cuatro días custodiaron el corazón de una antigua ciudad que dormía. Creo que les pediré que, una vez llegados a casa, sea yo uno de los agraciados con su benéfica, pura y sencilla sonrisa.

La crónica del último día, por ende, ha de ser la de la despedida. Fue breve pero intensa. Visita a las catacumbas, cientos de risas durante todo el camino. Última comida en un ristorante italiano, repleta de “gracias” y demás bondades. El aeropuerto. Llamado Leonardo da Vinci (aunque es conocido como Fiumicino), ¡cómo le hubiera gustado al pintor eterno impregnar en un lienzo a tales musas de la pureza! Allí nos despedimos de Lali, nuestra guía durante todo el viaje, que lloró a borbotones y aseguró que jamás había tenido un grupo que le hubiera llegado tanto.

Cómo no, el avión volvió a ser uno de los mayores focos de la aventura. Volar, volar, volar. El sueño de todo humano de los orígenes, ya habitual para muchos modernos de hoy en día, pero un viaje de los sueños para los niños mayores. Y lo más difícil, la despedida. Antes, Isabel, la madre de José Tomás, quiso darme el regalo de hacerse una foto conmigo y de presentarme a su marido, el padre del artista, quien junto al abuelo Celestino le inculcó la afición. Como en los tiempos en que le pedía autógrafos a Laudrup, me emocioné cuando Isabel me pidió mi dirección y me dijo que el torero por excelencia me enviará una foto firmada.

Llegó entonces el instante del último abrazo. Uno a uno me despedí de los ángeles. De los monitores y de los chicos, todos ángeles. Cuando me dieron un aplauso sincero, como habían hecho con todos aquellos que se habían cruzado en su camino aunque fuera sólo un momento, levanté la mano y dije adiós. Me di la vuelta y estaba llorando, lo reconozco.

Dos días después, espero que mi promesa de ir a visitarlos a su tierra extremeña pueda ser realidad concreta. Pero, pase lo que pase, sé que jamás olvidaré a los ángeles. Estuve allí y los vi. Los disfruté. Me enamoraron, como hicieron con el Papa y con la Ciudad Eterna. Eterno, así será mi recuerdo y mi gratitud. Porque son ángeles… y de los ángeles uno nunca se despide.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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