La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

L’Aquila, la ciudad del silencio

En mi anterior crónica -son las cuatro de la madrugada y aquí sigo, de pie, junto a mi amigo el recepcionista del hotel…-, anunciaba que contaría la experiencia vivida en L’Aquila esta tarde por un grupo de Mensajeros de la Paz -con el Padre Ángel al frente, junto al gerente de la asociación, Pedro, fray José Luis, un servidor, «la condesa» y otras voluntarias en Roma-. El objetivo era visitar una residencia de ancianos que resultó afectada en el terremoto de hace mes y medio.

Verdaderamente, es necesaria la anunciada ayuda en su reconstrucción por Mensajeros. Grietas, ruina, desolación. Éste es hoy el edificio que se paró en su pulso un 4 de abril. El menú de ese mismo día, aún colgado en el tablón de anuncios, mostraba la ingenuidad de una rutina cortada por la naturaleza desbordada. Ciertamente, es dantesco.

¿Qué es L’Aquila hoy? Soledad, tristeza, una ciudad tomada por el ejército, ni una tienda abierta, ni una persona por la calle, un sinfín de tiendas de lona azul. Ya 46 días después, suenan más burlonas las afirmaciones de un Berlusconi que, en el mismísimo lugar de los hechos, señalaba a las familias que han perdido su hogar que pensaran que era «como pasar un fin de semana en un camping». Estuvimos presentes en uno de los campamentos de refugiados, en el antiguo campo de fútbol de la ciudad. Custodiados por los servicios de seguridad y los voluntarios, miles de personas subsisten en una amalgama de tiendas de campaña, uniformes, aunque cada una con una función: una guardería -el Padre Ángel disfrutó jugando con unos niños que tocaban la guitarra y bailaban alegres-, un taller de pintura para discapacitados, una sala de estar en la que unos chicos veían un partido de fútbol por la tele… L’Aquila es gente paseando al perro entre tiendas de lona, mujeres cosiendo en la calle, miseria, desolación.

Acompañados del vice-alcalde, varios consejeros regionales y cargos públicos de la zona, tuvimos el inmenso privilegio -duro, muy duro- de visitar la «zona cero». El epicentro de la masacre, que, según nos dijeron, hasta ahora sólo había sido visitado por Durao Barroso, el presidente de la Comisión Europea, fue abierto «al Padre Ángel» y sus acompañantes. Allí contemplamos in situ la vorágine de casas derruidas, coches sepultados, calles abiertas… Un horror. Ni las numerosas grúas ni el ejército en pleno podrán recuperar prontamente la vida en una ciudad muerta. Los ángeles no lo saben, pero hace falta su intercesión. En silencio, sin que lo conocieran, pedimos su ayuda en la cena de la alegría y la tristeza por el viaje que se acaba.

Buenas noches, queridos ángeles.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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