La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

La conversión de Joan Tardá por el alucinante Grupo 33

Parecía una misión imposible. El liberticida Joan Tardá, llevado por su diatriba del odio, acababa de clamar por la muerte del Rey de España. La solución sólo podía estar en un grupo de veinteañeros casi treintañeros, estudiantes de Periodismo en la Carlos III. En una noche de farra, en una discoteque de las de antaño.

Joan Tardá, llevado allí por el destino, entró en el local de incógnito. Nadie reparó en su rizado pelo de loco, en su bigote de trasnochado o en sus gafas del rastro. ¿Nadie? El Grupo 33 había comenzado su misión. Thaidi, con un “ouh yeah” desgarrador, chinando los ojos por la sonrisa más sonrisa de todos los tiempos, le llevó hasta los brazos de dos musas: Isa, la toledana más dulce con los ojos más dulces y la voz más dulce, y Elena, la actriz que para muchos será la Audrey Hepburn del siglo XXI. Ambas ninfas le acompañaron hasta la barra. Allí le recibió la canariona más adorable, la jefa del grupo, la sensibilidad a flor de piel que parece que siempre está descubriendo algo nuevo y apasionante, Yaiza. O Jaisas, según para quién. Su “chacho, yo sólo le doy al ‘Agua de Landete’, el agua de la buena gente, pero te recomiendo el ron ‘Arehucas’”, hizo sucumbir al orondo politicucho, que se pidió el primer cubata.

“Será uno doble”, le dijo con su vozarrón Tomás, quien mirando al personaje posaba como si de una cámara se tratara. Imitando la voz de un tórrido truhán canario, mientras mezclaba el mejunje paradisiaco con los hielos, le habló de su conversión del independentismo isleño al españolismo godo. El otro quiso protestar, pero en ese instante llegó Sandra, la mujer que hizo del fuego su existencia, y le dio el beso eterno. Guiñándole uno de sus ojazos, el embobado embrujado comenzó la danza del seguimiento. Hasta que se encontró con Dani, el prohombre de la barba y el pelo alocado, quien le habló con las palabras de la sabiduría hebrea: “Yo, como judío exiliado en este bello país llamado España y como director de pelis almodovarianas, dedicaré mi ópera prima a tu conversión”.

Aturdido como estaba, le pillaron por banda Davinia, la isleña escritora de versos rotos, melancólicos, ilustrados e inquietantes, y Carlos, el locutor que hará la radio del futuro y narrará el gol que le dé al Madrid la Undécima. Su charla sobre el Super-Hombre de Nietzsche abotargó la mente del politicastro, que bebía su segunda copa de ron. Hasta que cayó inmerso en pleno conciliábulo juzgador. Los abogados: Mauro, el alma del grupo (vos sos el crack, compañero) gracias a sus dotes de monologuista y cantautor, quien tras afeitarse su poblada barba, adoptó la posición de fiscal acusador. Y Alberto, letrado del diablo, quien optó por la defensa tras crear la definición del soliloquio. Y debido a su gran corazón, claro está.

¿Los jueces? Eran dos: Guillermo, el vascoturco escriba en un diario tradicionalista y monárquico, que podía hablar de Platón y de su admiración sexual por Pilar Bardem. Y Rafa, la estrella mediática, que se atusaba la cabellera de star system mientras hablaba de su pasado de biólogo taurino y decía con fingido recato: “Fotos no, que hoy no estoy divino, sino que simplemente soy el más bello pájaro espino”.

“Protestamos”, gritaron al unísono los dos rebeldes antes de que comenzara el juicio. Eran Héctor, el sexy man más multimedia, que ligaba con dos diosas rubias mientras se echaba crema en las manos, se atusaba la perilla más fina y preguntaba por “papi”; y Sergio, el guadalajareño que no paraba de sonreír y que predijo el fin trágico de los presentes en la misión de Estambul. “Vamos a morir”, asintió en plena nevada constantinopolitana, sentado en un taxi conducido por un mafioso. Los dos reclamaron el derecho del reo a tomarse su próximo cubata. ¿Cuántos iban ya? Seis o diez, ¿a quién le importaba?

Le sirvió la copa de falsa ‘Agua de Landete’ Elena ‘la chunga’, que regresaba de su viaje por Londres y la India más musa que nunca. “Forza Atleti y viva España”, le espetó Javi, el canalla de la bondad, quien se exilió de Torrejón cuando salió el PP para la alcaldía. Cual hijo prójimo, se había cortado los cabellos heavys para recibirnos en la segunda misión pocilga, destino Lanzarote. Joan Tardá creía agonizar, cuando Víctor, el madridista exculé y gijonés, le rodeó con la enseña nacional. El ilustre cantautor compañero de Carrillo, en espera de su regreso a Madrid (¿para cuándo, camarada?), le cantó las bondades de la Monarquía en España.

“En mi España, en mi amada España”, gritó rendido y extasiado (y borracho) el primer político de la Historia que ingresó en el templo de la conversión. Azorado, el Grupo 33 brindó por el triunfo en su última misión. Con un “olé” jubiloso, exaltaron Bea, Silvia, Laura y Paola la encarnación de la amistad, reclamando la catarata vinícola del dios Baco. Elena, la Helena que en Troya escapó del rapto de Paris, bailaba en la tarima de la felicidad. Miguel Ángel López, el misnistro al que algunos llaman Ciriaco y otros César Vidal, censuraba el acto con el goce de la perversión oculta.

Faltó a la escena el miembro más desarrapado y desastroso del conjunto, razón por la cual ni siquiera tiene nombre. Estaba, para variar, en el servicio. Dando las gracias por poder decirse amigo de tan maravillosas personas y futuros periodistas y artistas de esta España nuestra.

PD. Aquí va mi homenaje a la que ha sido mi clase de Periodismo en dos años mágicos. Porque muchos de ellos son mucho más que compañeros. Porque me honro con su amistad.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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