La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Un carca miserable

Reconozco que a mí me hace mucha gracia la palabra carca. No sé por qué, pero en el fondo veo en un carca a alguien anquilosado en un tiempo pasado, que sabe que ya no volverá. Y por eso mismo, por lo que tiene de ingenuo o idealista, cuando escucho que alguien se define así, una sonrisa sale espontánea de mis labios.

Lo malo es cuando hay otro tipo de carcas: los miserables. Hoy me he topado con uno y no me ha hecho ninguna gracia, en absoluto. Ha sido esta mañana, bien temprano, mientras tomaba un café en un bar cercano a la parada del último bus que me lleva al trabajo (para llegar hasta allí tengo que coger antes otro bus, un metro y un tren). Estaba bastante adormecido, para variar. Pero de repente, una voz rara, cruel, me ha espabilado bruscamente. Era un señor de mediana edad que hablaba con el camarero sudamericano que atendía la barra.

“Buah, pues dicen en la tele que han muerto catorce moros en un barco de esos”, dijo de la nada el sujeto. Yo lo escuché aturdido, como no entendiendo lo que decía. El camarero, al instante y con gran severidad, no tardó en contestarle: “Se llama cayuco, el barco al que se refiere”. “¡Y a mí qué! Sólo sé que por mí se podían haber muerto todos los demás que iban!”. Con las órbitas como platos, pude comprobar el dibujo de tristeza que reflejó en el rostro del joven camarero, que le espetó en voz baja: “Vamos, que para usted que se mueran todos, que le da igual, ¿no?”. Fue entonces cuando la escoria humana del señor parlante pareció darse cuenta de que hablaba con un inmigrante. “¡Pero esos son negros! Esos son lo peor, que no venga ninguno…”.

Atónito, oí orgulloso la respuesta del camarero: “Pues nosotros si pudiéramos también vendríamos en patera, pero el charco es muy grande, España está muy lejos de América”. “¡Gracias por tu dignidad!”, pensé exultante. Pero la alegría se transformó en pesar cuando el desgraciado se dio la vuelta y dando la espalda a su ‘oponente dialéctico’, apoyado en la barra, exclamó: “¡Yo acababa con las obras y tiraba las grúas con tal de que estos sudacas se quedaran sin trabajo y se tuvieran que volver a casa, a su casa, a su casa!”. Me hubiera gustado decirle cuatro cosas al puerco aquel, pero no podía enfrascarme en una discusión porque el autobús estaba a punto de pasar y tenía que cogerlo para llegar a tiempo al trabajo. Así que me bebí de un trago el café más amargo, me despedí con cara de comprensión del camarero y me fui.

Ya en la parada, muy triste, no podía dejar de pensar en lo miserables que pueden ser ciertos carcas abominables. Puedes pensar lo que quieras del fenómeno de la inmigración, pero… ¡¿alegrarte de la muerte de seres humanos que buscan una oportunidad?! ¡¿sonreír ante la desgracia del que pasa hambre?! ¡¿Disfrutar ante un alma rota, ante un cuerpo de carne y hueso que se desgarra?! Como dije ayer: Esto es… ¿España?

¡Malditos carcas miserables! ¡Sois la vergüenza de España!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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