Pastos enteros comió el conejo blanco y consiguió convencer a la gran mayoría de los conejitos para que le siguiesen en su oscura trayectoria hacia un futuro imposible y mezquino.
Fue engordando y ensanchando sus formas y pensamientos, y hasta llegó a creer que era invencible y magnífico, y que podía vivir eternamente aprovechándose de los pobres conejitos, que se sorprendían al ver todo lo que lograba alcanzar su gran maestro.
Pero llegó el duro invierno y poco o nada había previsto el conejo blanco. Tan solo se dedicó a actuar como el amo del mundo y no se preparó para el intenso frío. Se volvió cada vez más huraño, más viejo, se quedó calvo y le crecieron unos largos bigotes que no le servían para nada.
Mientras otros animalitos habían sido prudentes, cultivando sus verdes pastos y reconstruyendo sus nidos, él estaba a menudo escondido y se convirtió en un ceporro con olor a topillo, que lentamente fue destruyendo todo lo que habían conseguido.
Con quien peor se portó, inexplicablemente, fue con sus mejores conejitos, a los que les quitó el pasto, el agua y hasta el oxígeno. Hasta las mamas conejos, con sus retoños recién paridos, tuvieron que abandonar al monstruo, que les cercenó su vida y la de sus hijos.
Y el que no se fue, fue despedido de un nuevo clan de conejos que apestaban a podrido, que creían que iban a hacer algo divino y fueron como la peste, como los jinetes del Apocalipsis, como una jauría de trolls capitaneada por Voldemort, y lo único que hicieron fue quemar los últimos pastos vivos.
Ya nadie conoce al conejo blanco y calvo con largos bigotes y olor a topillo. No sale de su madriguera ni para echar a sus antiguos amigos, a los que sigue prometiendo el cielo mientras les da coces en la espalda y les tira al precipicio. Pero mientras vuelan cayendo hacia un mar bravío, donde no hay ni peces, ni ballenas, ni tiburones vivos, ellos vuelven a recuperar sus sueños por un mundo justo y libre, que encarcele a los conejos tiranos que se aprovecharon de ellos y de su trabajo para engordar hasta reventar sus propias entrañas.
Les engañó a todos, les dio un cofre vacío diciéndoles que, con el tiempo, crecería oro en su interior, pero el oro nunca creció, y ese fue el final del camino.