Cataluña, 300 años enriqueciéndose por tener el mercado cautivo de España

Jesús Laínz: «Cataluña se hizo rica gracias a su pertenencia a España»

«A España le ha costado muchísimo dinero la industria catalana».
«Franco favoreció económicamente a Cataluña y perjudicó a casi todo el resto de España»

Conferencia de Jesús Laínz

25 octubre, 2017

Jesús Laínz pronunció ayer en el Aula Cultural de ABC una conferencia de título ‘El privilegio catalán. 300 años de negocio de la burguesía catalana’ en la que analizó cómo el Estado español colaboró ininterrumpidamente con los empresarios catalanes, aún a costa de perjudicar a otras regiones.

El escritor santanderino, que fue presentado por el historiador Fernando García de Cortázar, abordó los privilegios que ha disfrutado la industria catalana durante los últimos trescientos años, un asunto sobre el que acaba de publicar un libro y sobre el que este periódico ya tuvo la oportunidad de entrevistarle.

Para Jesús Laínz, el 11 de Septiembre de 1714 no fue el comienzo de la opresión española, tal y como ha querido vender el aparato propagandista del nacionalismo, sino el inicio de una etapa de prosperidad que desde finales del siglo XVIII situará a Cataluña a la vanguardia de la industrialización en España. Una vanguardia que, amén de la industriosidad de la región, tuvo mucho que ver -y esta es la tesis del libro y de la conferencia- con el sistema proteccionista con que el Estado blindó la industria catalana por más de trescientos años.

Se protegió a toda la industria nacional, concentrada casi toda ella en Cataluña. Al menos la textil. Felipe V empezó con las prácticas arancelarias, pero es sobre todo Carlos III el que promovió el proteccionismo para proteger la industria catalana. Se obligó, por ejemplo, al ejército a comprar toda la ropa a Cataluña. El proteccionismo dinamiza enormemente la industria catalana. Una situación que llamó la atención de Sthendal. Laínz cita al francés en una reflexión “muy ilustrativa de la situación”:

«Cabe señalar que en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicción divertida. El caso de los catalanes me parece el caso de los maestro de forja franceses. Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Por ejemplo, es necesario que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad.»
Stendhal, Memorias de un turista (1838)

Librecambistas versus proteccionistas

La lucha en todo el siglo XIX fue entre los que consideraban que era necesario el proteccionismo porque la industria española estaba retrasada y por lo tanto había que protegerla hasta que se pusiera al nivel de Europa, y los partidarios del librecambismo. El argumento de la protección de la industria duró casi doscientos años y desesperaba a los diputados librecambistas, que solían ser los liberales, “aunque no siempre”. Hubo regiones, por ejemplo, en las que todos eran proteccionistas, incluso los liberales. Por ejemplo Cataluña, por un obvio interés. Aunque dos de los principales librecambistas eran catalanes, y esto hay que subrayarlo. Laureano Figuerola, ministro de Hacienda durante la (Revolución) Gloriosa (1868) y creador de la peseta como moneda nacional, decía: “Mis paisanos se equivocan, empobrecen a toda la nación para enriquecerse ellos”. Y la burguesía catalana le acusaba de traidor… a España. También Joaquín María Sanromá, que era secretario de Figuerola y que también era catalán decía unas cosas tremendas sobre Cataluña por el empeño de su paisanos en conservar los aranceles.

Los librecambistas, por contra, decían: “Es injusto tener que comprar paños más caros y encima peores; están ustedes empobreciendo al pueblo español”. Criticaban los casi doscientos años “de provisionalidad” y pensaban que con el mercado cautivo nuestra industria nunca se preocuparía por mejorar la maquinaria y la producción y estaría permanentemente por detrás de la industria europea… “como así fue”, concluye Laínz.

Franco, benefactor de la industria catalana

El autor recuerda cómo hasta la crisis del 98 los catalanes eran los españoles con un “patriotismo más inflamado”, circunstancia que tuvo que ver con los intereses que sus élites tenían en las colonias. Tras el desastre, “los mismos que habían alimentado el furor patriótico, empezaron a echar la culpa de la derrota a los andaluces, a la España castellana y a una supuesta sangre beréber y semítica de la que estarían contaminados el resto de españoles”. Se produce la aparición del separatismo, un hecho que no disuadiría a Madrid de seguir protegiendo a la industria catalana.

De hecho, durante el régimen de Franco se produce un “excepcional desarrollo” de Cataluña. El Instituto Nacional de Industria (INI) promueve inversiones, se crea la SEATen Barcelona, Pegaso, petroleras, hidroeléctricas. A la muerte de Franco Cataluña, “consólo el 6% del territorio nacional tiene 45% de las autopistas”.
La democracia no cambia un ápice la situación y se siguen produciendo “inversiones, prebendas, privilegios, inmunidades y tolerando actuaciones ilegales e inconstitucionales”. Hoy, a pesar de todo ello, Cataluña está al borde de la secesión. Un escenario del que España saldrá indemne sólo si logra revertir el “adoctrinamiento masivo” en los medios y las escuelas. Es la receta de Laínz: colegios y televisiones “neutrales” y esperar “muchos años”.

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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