Zapatero en Murcia

Debió de ser una procesión. Dado que la izquierda es una religión, pasear a Zapatero por las tierras a las que tanto daño hizo suele ser una cita obligada, aunque nos sorprenda, cada vez que hay elecciones. La desmemoria es esencial para quienes han aspirado siempre -y logrado plenamente hoy- al control de las mentalidades y de los instrumentos educativos y de comunicación que les permitieran imponer su visión del mundo.

Zapatero es grande, para ellos, para la izquierda que inauguró, precisamente por eso, porque fue el que dio un giro radical a lo que había sido el PSOE de la democracia, o sea, de González, hasta convertirlo en una maquinaria que ya no podía predicar revolución social alguna, imposible tras su derrota final ante el capitalismo y la caída del ominoso Muro de Berlín, pero que supo ver, con Gramsci, que la batalla era ya cultural y no económica.

Y en ese punto, su más trascendente aportación fue la reconstrucción de las dos Españas, de nuevo la división, el enfrentamiento, la Guerra Civil que ya habíamos superado, y que su cizaña recuperó. Y también, bajo la especie de la extensión del matrimonio gay, engañó a los homosexuales y a las parejas de hecho heterosexuales, con una reforma de la Seguridad Social que, paralelamente, negaba la plenitud de los beneficios de la misma a todo lo que no fueran matrimonios. Una estafa que, además, le ganó para siempre la simpatía de buena parte de los estafados.

Por todo eso no puedo evitar mi asombro. O, en palabras del gran Alfonso Guerra (que sigue a Miguel Espinosa), mi pasmo. Un pasmo más que político, metafísico, ontológico, en efecto, espinosiano. ¿Cómo no lo esconden? En Venezuela, por ejemplo, donde colabora con la tiranía y le sirve de coartada. O en su magnífico chalet de una de las zonas más señoritas de Madrid, que parece un búnker. La ‘ziquierda’ y los chalets. En cualquier sitio menos en una región que, además de la ruina general que le debe toda España (crisis ocultada, cinco millones de parados, congelación de pensiones, bajada asimétrica a los funcionarios, déficit disparado), no debería olvidar que el Trasvase del Ebro, ya aprobado, lo derogó él.

Y aquí empieza lo más grande de su paso por esta esquina, y aumenta el pasmo. Conesa, candidato del PSOE: “… (ZP) ha demostrado ser uno de los grandes patriotas de este país”. ¡Por la Orden! Entre su adhesión a Sánchez, sus loas a Zapatero, y su insistencia en apuntarse como logros que “hemos cerrado el aeropuerto, Camarillas y el soterramiento”, Conesa, que se presenta como un hombre prudente, empieza a parecerse peligrosamente a sus mayores. En fin, le faltó añadir que “también hemos cerrado la estación de Calasparra”, como importante logro de su gestión.

Y luego, según la excelente crónica de Francisco Valero en La Opinión, hubo de oírse al propio Zapatero haciendo llamadas a la moderación. El más malo y radical de los políticos de la democracia, el que hizo del resentimiento un arte, el que demandaba en privado a Gabilondo que “necesitamos tensión”, pidiendo moderación. ¡Ah, qué grande! El Fariseo Mayor del Reino de nuevo poniendo ojicos de cordero santo. Si derogó el Trasvase fue porque era “una alternativa medioambiental muy complicada”, sobre todo porque se lo prohibían los nacionalistas y socialistas catalanes que lo habían aupado al poder. Y por eso no era tan complicado llevar agua del Ebro al área de Barcelona, pero hacia el Sur, sí. «Ni una gota de agua para el Sur», como yo le oí decir unos años antes al mismísimo Pasqual Maragall.

Claro que sus sucesores tampoco hicieron nada. Lo que supongo también habrá tenido que ver en los resultados electorales del PP. Pero, en justicia, no era comparable la España de 2004, económicamente lanzada, con la que ZP dejó, más hundida que el Barça en Europa. Aquí la guinda genial de Zapatero a su discurso: “Lo que yo nunca hice fue mentir a los ciudadanos”. En efecto, él no prometió ningún trasvase, sólo se lo cargó. Pero “los responsables son quienes convirtieron aquello en una utopía destructiva”. ¡Qué maravilloso morro, qué hermosa definición de lo que fue su reinado: una utopía destructiva! Que venga más.

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