La portavoza

La intervención de la portavoza de Unidas Podemos, Ione Belarra, en la Sierra Minera de Cartagena, afirmando (desde aquellos contaminados y bellísimos, en su desolación, parajes) que esas tierras eran la prueba de que desde la huerta murciana se estaba envenenando al mundo mundial a través de sus cultivos, ha supuesto una muestra más de algunos avances importantes en la igualdad entre hombres y mujeres: la constatación de que las mujeres pueden ser tan ignorantes y tan incompetentes o bocazas como los hombres.

Hasta ahora, en parte por nuestra educación sentimental y la idealización de todo lo femenino en que crecimos, y en parte por el bombardeo ideológico de las últimas décadas, habíamos llegado a creer nuestra condición masculina como gusana, culpable, estúpida, violenta, inepta, zafia y oscura; mientras que las mujeres no se equivocaban nunca, jamás mentían ni deseaban daño al prójimo. La política, de su mano, sólo iba a traernos luz, verdad, sólida preparación, decencia, progreso y, sobre todo, la realidad de una inteligencia superior y de una neolengua inclusiva y justa, frente al machismo de los plurales y de los morfemas de género. De este modo nacieron, en lugar de las portavoces (teniendo en cuenta, para mayor paradoja, que ‘voz’ es femenino), las portavozas, signo distintivo de las izquierdas antipatriarcales, antimonárquicas, antitaurinas, antirrománticas, antiespecistas y hasta anticremasfaciales.

Las declaraciones de Belarra han sido muy comentadas, con unos aspavientos por parte de la prensa regional, y hasta nacional, que no comparto. En primer lugar, porque Belarra es la misma que demostró su importante preparación cultural hace unos meses llamando a Felipe VI (sexto), Felipe IV (cuarto).

Mi pasmo de entonces, ante la evidencia de que una parlamentaria, licenciada y hasta profesora universitaria, no supiera lo más elemental sobre números romanos ni tuviera la menor noción de nuestra historia, me vacunó contra todo pasmo posterior. A nadie puede extrañar, por tanto, que si no sabe quién es el Rey, haya de saber qué pijo sea la Región de Murcia, dónde está o qué se come. Para ella, esa región es una huerta, con unos señores dentro que siempre se están quejando del Trasvase y que se dedican a jugar al golf, especular y contaminar.

Pero, y aquí está mi segunda objeción, la culpa no es completamente de ella, porque eso es lo que le han contado los suyos (perdón, las suyas). Y los nuestros.

Las suyas, porque esa es la imagen simplona y malintencionada que ofrecen de estas tierras. De lo que dio buena muestra la candidata a la Presidencia regional, Javier Sánchez, la cual, para arreglarlo, extendió la contaminación por metales pesados a todos los productos de la Región, desde los melocotones de Cieza a las olivas y vides jumillanas y yeclanas, y desde el trigo “entre toas las flores” y los corderos de Caravaca al arroz de Calasparra. Y, por supuesto, a lo poco que queda de Huerta de Murcia, que es lo que compramos en los mercados y lo que nos está envenenando la sangre y la leche. La mala leche que se nos pone cada vez que abren la boca.

Pobre mujer, se la llevan al maltratado y, en efecto, contaminado Llano del Beal, a hablar sobre la comunidad y no le explican ni dónde está: a sesenta kilómetros de la afamada Huerta de Murcia y en territorio cartagenero. O sea, como ir a Gijón a decir que en Oviedo hay una importante crisis de pesca.


Pero también los nuestros son culpables de la tontería, porque esa imagen falsa de la Región de Murcia, limitada a huerta, eliminada de facto la “Región de”, reducida a su capital y alrededores, es la que desde esa capital, sus medios de comunicación, sus políticos y sus reivindicaciones se ha dado de una de las tierras más variopintas de España, frontera de fronteras y todo a la vez.

Tanto como Navarra, por cierto, el país de Belarra, y del líder podemita regional Urralburu, que también podría haberle explicado algo a su compatriota: por ejemplo, que sus afirmaciones equivalen a sostener que Navarra se limita a la huerta de Tudela, porque aquí hay paisajes (que ahora los cursis llaman ecosistemas), gastronomías (mar, huerta, ¡montaña!), folclores, costumbres y hasta acentos tan diversos que nos convierten en una pequeña España, una Españica, paraíso para viajeros y curiosos dispuestos a abandonar sus prejuicios y las imágenes estereotipadas que determinados intereses se encargan de convertir en generales.

Pero no hemos sabido nunca aprovechar esta maravilla de mar, huertas, desiertos y bosques en tan escasa extensión, porque desde los centros de poder no se ha entendido jamás esa variedad. Teníamos que ser todos murcianos, llamarle pava a la coliflor y celebrar la variante de Camarillas. Que no se me olvida. La ignorante Belarra no es más que nuestra consecuencia.

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